Ni el Bundesbank ha demostrado que los recortes que ha realizado Rajoy iban a provocar crecimiento mañana. Solón, uno de los sabios de Grecia, cuando su familia se arruinó dijo que “la austeridad es una de las virtudes de un pueblo inteligente”. Transcurrido un tiempo cambió de discurso y proclamó: “La abundancia engendra satisfacción y la satisfacción, ánimo y buena voluntad”. ¿Qué ocurrió en ese tiempo? Que cambió de la ruina económica al éxito social. Volvamos a la realidad. La austeridad como principio personal puede ser saludable, pero como imposición general resulta enfermiza. Lo vimos en la pasada crisis. La exigencia alemana llevada al límite causó un daño a las clases medias, y en particular al sistema, que ha comportado la aparición de nuevos partidos nutridos de indignación. El resultado, en Europa se vive peor, la UE se ha debilitado y los populistas la invaden. Hasta el ministro García-Margallo dijo que “nos hemos pasado cuatro pueblos con la austeridad”. Si en Bruselas el discurso de la austeridad es un disco rayado, nada crece, salvo la angustia. El premio Nobel Stigliz declaró que “con la austeridad se han roto familias enteras, lo que ha llevado a los españoles al desastre”. Ahora sale Aznar diciendo que “hace falta más recortes y menos gasto público”. Como discípulo de Solón, el expresidente vive en el mejor de los mundos y da lecciones sobre la austeridad aunque no la practica. La austeridad perjudica el crecimiento y ha ensanchado le brecha de la desigualdad. Conclusión... una ruina terrenal.
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