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De baldosa en baldosa

En estos días de lluvia, los viandantes nos las tenemos que arreglar para no tropezar con alguna de las baldosas mágicas que acicalan las calles de Bilbao. Esas que pisas se mueven solas y el agua que esconden debajo te salpica hasta las rodillas. Es más molesto cuando esto te ocurre a primera hora de la jornada y entras a trabajar calado. Entre eso o caerte, de verdad, yo, personalmente, prefiero lo primero, aunque no estaría de más reparar de una vez esos desperfectos.

En algunas aceras de Basurto -por poner un ejemplo, aunque también hay en más sitios-, a veces hay que saltar de baldosa a baldosa como si del juego de la oca se tratara. Lo malo es que el premio final no es ganar la partida, sino conseguir no ir con los bajos del pantalón totalmente salpicados todo el día.