Estoy harto de tener que pagar impuestos por todo y los ricos se libran! Sé inteligente, haz como yo y paga a Hacienda lo menos posible. Si, al menos, se vieran unos buenos resultados en los servicios que necesitamos… Estas y otras expresiones similares, las hemos dicho o se escuchan frecuentemente a nuestro lado.

Y desde la Hacienda Foral se nos dice: “Nuestra fiscalidad es una herramienta adecuada para generar riqueza y, a su vez, nos ha dotado de la suficiencia financiera necesaria para poder avanzar en el refuerzo de las políticas públicas de Gipuzkoa, Bizkaia, Araba”.

También abundan las opiniones sobre la necesidad de una reforma fiscal. No se está de acuerdo en el giro que debe tomar la reforma: algunos abogan por la bajada de impuestos directos, de manera que cada cual haga lo que le parezca con su dinero. Eso sí, también exigen que los servicios públicos sean de alta calidad y de fácil utilización cuando se los necesite, por ejemplo, ante la pandemia de la Covid-19 o ante las consecuencias devastadoras de la DANA sufrida en poblaciones del Mediterráneo y sur peninsular. Pero, ¿es esto conveniente?, ¿qué modelo de sociedad se tiene en mente?

1. Lo que debe ser.

Como decíamos al hablar del gasto, hemos de atender a tres focos normativos, a veces, de no fácil concordancia: la Unión Europea, el Estado y nuestra Comunidad Autónoma-Territorio Histórico; además, de a la coyuntura actual. Con unos criterios que han de ser respetados o modificados cuando así lo decida la mayoría parlamentaria.

En base a cuatro principios: suficiencia, es decir, que cubran el gasto previsto, sin que exista déficit, salvo que interese realizar una política de animación de la actividad económica y se acepte que el déficit generado se cubrirá a partir de salir de la crisis; flexibilidad, que no se necesite alterar el sistema fiscal para que responda adecuadamente a los cambios en los ingresos del sector privado; equidad, de manera que todo contribuyente lo haga de acuerdo a la situación en la que se encuentre; progresividad, para disminuir las excesivas desigualdades de renta en el conjunto de la población.

Será cada Parlamento, de acuerdo a los objetivos marcados, quien aprobará el sistema fiscal a aplicar, tanto los impuestos directos, los indirectos y otros que gravan hechos concretos.

2. Las dificultades reales.

En primer lugar, hay que reconocer que vivimos unos tiempos en los que la perspectiva individualista, con el reclamo del ejercicio de los propios derechos sin interferencia alguna, predomina en la vida colectiva. Desde ahí, su crítica a la dimensión que adquiere el gasto público, siendo la Administración el primer empleador tanto de funcionarios como de personal contratado.

A pesar de creer lo contrario, estamos unos 5-6 puntos por debajo de la media de recaudación impositiva de la UE, aunque si nos comparamos con los países nórdicos europeos la diferencia es bastante mayor. Debido al forzoso aumento del gasto, arrastramos un gran déficit que condiciona mucho la política económico-social y será una rémora evidente para varias generaciones por el coste de pagar la deuda y sus intereses. Pero no hay que achacarlo a la actual coyuntura, pues en el Estado, en 15 años, la deuda ha pasado del 40% del PIB a más del 115%.

Son los impuestos directos quienes mejor garantizan la equidad y la progresividad, pero desde la visión individualista se aboga por el descenso de la actividad pública – lo que se denomina Estado mínimo – y, además, de reducir la progresividad, piden una rebaja fiscal sin que aumente el déficit, lo cual significa reducir el gasto y dejar de atender necesidades colectivas; si es manteniendo el gasto, significará un crecimiento del déficit y la hipoteca para las próximas generaciones.

A todo esto hay que añadir el fraude fiscal abierto o por medio de la colusión, es decir, del uso de cualquier resquicio legal para eludir o rebajar el pago de impuestos, que no está penada pero no es aceptable en términos éticos.

3. Por una buena reforma fiscal.

No es fácil determinar, en cada situación, cuáles son los impuestos a mantener para así responder adecuadamente a la mejora integral de toda la población, especialmente de quienes se encuentran socialmente peor.

Además de apelar a la conciencia personal, de manera que la solidaridad sea la base de la convivencia práctica, combatiendo las desigualdades sociales escandalosas, es necesario no aceptar personal o colectivamente comportamientos egoístas. El fraude o la colusión son síntoma de una sociedad enferma, tanto en quien lo hace como en quien lo tolera.

Como el sistema impositivo español es disfuncional e insuficiente, existe ante Bruselas un compromiso de una profunda reforma fiscal, aunque el informe de los expertos presentado hace ya más de seis meses ha quedado aparcado. Contra la opinión muy extendida, es necesario aumentar la presión fiscal y liberar el sistema de esos agujeros legales que son, junto al impuesto de sociedades y el IVA, los mayores coladeros del fraude. En la CAV existe un compromiso de realizarla para el primer semestre del próximo año, aunque sin saber aún hasta dónde podrá llegar. l

Etiker son Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y José María Muñoa