Los negocios son los negocios, dejémonos de tonterías. He sido muchos años profesor de Ética de los negocios en la Deusto Business School de la Universidad de Deusto, y muchas personas me han interpelado con esta afirmación, para venir a decirme que no perdiera el tiempo ni se lo hiciera perder a los alumnos. “Business is business”, la ética y los negocios son como el agua y el aceite, que se repelen, que en todo caso solo sirve para que las empresas lo utilicen para recriminar a su competencia, y hablar bien de ellas mismas.

La importancia de lo que hacemos: mejorar la vida de las personas

Algunos hemos empeñado muchas horas en estas cuestiones. Empezamos a hablar de responsabilidad social, de tomar en consideración las demandas de trabajadores, proveedores, clientes, Hacienda y comunidad local. De sostenibilidad, de protección del medio ambiente, de ir más allá de la ley, del respeto y protección de los derechos humanos en la cadena de valor, de la debida diligencia. Poco a poco, se abre camino esta reflexión, hasta el punto de empezar a ser considerada la razón de ser de las empresas, integrarlo en su propia definición de objeto social, además de incrustarlo en su sistema de valores y misión.

En los últimos años, las exigencias europeas de información no financiera ESG (Enviromental, Social, Governance) que vienen siendo desarrolladas para que las empresas las incluyan como reportes anuales junto a sus estados financieros empiezan a ser exigidas. Se comenzó con la información sobre cuestiones de buen gobierno corporativo (G), seguidamente se han incorporado los reportes de sostenibilidad ligados a la protección del medio ambiente y ante la emergencia climática evidente (E en inglés o A en español). Y por último, hemos incorporado la S, de reporte social, ante la sociedad, trabajadores, cadena de valor, y lo hemos hecho con un enfoque muy positivo. De la misma forma que medimos nuestros resultados financieros, las empresas deben medir el impacto social de su actuación en los tres ámbitos ASG, que no son tres ámbitos separados, porque la gobernanza, lo medioambiental y la sostenibilidad son un todo inseparable de lo social. Y esta medición debe responder a una pregunta sencilla de formular, y que podemos medir. Se trata de que lo que una institución realiza, suponga una mejora de la vida de las personas con las que interactúa. No una mejora cualquiera, sino aquella que suponga un impacto positivo en su vida, en sus derechos, y que esté alineada con los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Las empresas nacen para realizar una actividad que procure a sus socios resultados económicos positivos. Esto es así, y vino para quedarse, sin duda. Otro tipo de organizaciones, públicas y también privadas, y del tercer sector, se constituyen con la finalidad de ofrecer servicios a la comunidad que los demanda.

Todas ellas, empresas privadas, instituciones sociales y públicas, organizaciones sin ánimo de lucro, necesitan mantener un equilibrio financiero entre ingresos y gastos si pretenden subsistir. Necesitan permanecer en el tiempo, vivir mucho, para que su objeto social se siga cumpliendo. Y para conseguirlo, es necesario que la sociedad las valore como organizaciones legitimadas, estimadas, que aportan valor. O somos vistos como necesarios, o más pronto que tarde, desapareceremos, porque nuestro servicio será considerado prescindible.

La legitimación se consigue en el tiempo. Y no se trata, como muchos pueden suponer, de partir de una convicción de que lo que hacemos o vendemos es importante, necesario y bueno. Se trata de que la sociedad también lo conciba así.

Y para ello, lo importante es que nuestra actividad tenga un impacto positivo en la vida de las personas afectadas.

Cada vez más empresas y organizaciones comienzan a valorar cuál es su impacto, porque saben que su legitimidad social depende de que, de este examen salgan bien parados.

Conocer cual es el impacto de lo que hacemos, como empresa o como organización, es posible, y más sencillo de lo que parece.

Si bien, no se trata de que nosotros conozcamos bien nuestra actividad, sino de medir el impacto que tiene en las personas destinatarias, directas e indirectas. Y por tanto es imprescindible contar con ellas y conocer las evidencias de esas mejoras que reportan.

De manera que los resultados de estas mediciones de impacto social se conviertan en la guía estratégica de actuación. Si queremos ser eficientes, tendremos que ir acomodando nuestras acciones a aquellas que producen más mejoras en las metas que tenemos como sociedad.

Cada vez más empresas saben que su verdadero objeto social, aquel que les legitima en sociedad, es la prestación de servicios que mejoren la vida de sus destinatarios, y no solo sus resultados económicos.

Economista