VIVIMOS tiempos turbios. Apenas sin darnos tiempo a recuperarnos, salimos de una pandemia para que nos metan en una guerra en Ucrania. Tras tanto tiempo, en dicha guerra solo está claro quién es el agresor y quién el agredido, pero como todo conflicto que acaba siendo de desgaste, pasa a un quinto –que no segundo plano– tras el ataque de Hamás con sus 1.200 muertos, la mayoría no combatientes, y la respuesta de Israel con sus crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad que ya han superado los 30.000 muertos, la mayoría igual de no combatientes.

A esto hay que añadir el auge de los autoritarismos, que viven de la irracionalidad y de una clara sacralización de los sentimientos y dela ignorancia fomentadas por intereses asentados en el individualismo, que se rige por la sumisión mucho más que por un convencimiento racional. Allí están los regímenes de los Putins, Trumps, Xi Jinpinges, Netanyahus, Mileis, Bolsonaros, Kim Jong-unes y Bukeles del mundo. Algunos tomaron el poder por la fuerza y otros por elecciones. La historia nos ha demostrado que las elecciones democráticas también pueden desembocar en lo peor. Es más, últimamente veo síntomas de ese virus autoritario en prácticamente todas las opciones políticas, aunque cierto es que en unas opciones el mal viene de serie, en otras por contagio y en ninguna se da con igual intensidad ni de la misma forma.

Tenemos ante ello dos opciones. La primera es deslizarnos en la depresión o en la indiferencia. Creo que es un craso error, porque así, con total seguridad, no impedimos lo peor.

La segunda está en actuar. Actuar con inteligencia. Analizando impacto. Eligiendo herramientas. Hay cosas que podemos hacer y que están a nuestro alcance. Los bárbaros no pueden actuar sin que nos opongamos. Y en nuestro día a día hay opciones –incluso individuales– para contribuir a detener la irracionalidad. Actuando de forma racional y analítica. Aún no hemos perdido.