EN las películas de vaqueros de Hollywood se podía ver en el salón un anuncio que decía: “Por favor, no disparen al pianista”.

En estos últimos meses, en el marco de las campañas electorales sucesivas, hemos asistido, entre indignadas y perplejos, a una serie de mensajes y declaraciones, que trataban de sacar réditos electorales utilizando un tema tan sensible como es el dolor de las víctimas y obstaculizando de paso el largo y complejo camino hacia la convivencia en Euskal Herria.

Un camino que, tras el fin de ETA, ha continuado paso a paso tratando de escribir relatos inclusivos que respeten los derechos de todas las víctimas, incluidas las de torturas y otras violencias ilegítimas del Estado, y en defensa de los derechos humanos de las personas presas y sus familias, sin equiparaciones, y sin olvidarnos de las víctimas ETA, procurando avanzar en un afán de convivencia.

Envueltos en una dinámica electoralista –en ocasiones enloquecida y delirante– ha habido quienes no han dudado incluso en disparar al pianista; es decir, a las organizaciones de la sociedad civil que en las últimas décadas han llevado adelante un trabajo discreto pero eficaz componiendo e interpretando la sinfonía de la paz.

Nos referimos a los ataques contra Aranzadi por las páginas web de los ayuntamientos sobre memoria reciente, y más tarde –sin ponerlo en el mismo nivel– al aplazamiento por parte del Gobierno vasco de algunos actos hasta después de las elecciones generales, cuando precisamente son actos de reconocimiento que deberían estar normalizados, asumidos como un deber y un compromiso social, por encima de coyunturas electorales y de ataques mediático-electoralistas.

La autocrítica y la revisión de trabajo sobre la memoria inclusiva es necesaria, pero queremos separar esa necesaria evaluación, para centrarnos en lo que consideramos obstáculos en el avance hacia una memoria inclusiva y compartida.

Decía Carlos Martín Beristain que para encarar un proceso de paz lo primero es desarmar el lenguaje. Aún recordamos las dificultades en los primeros encuentros entre víctimas de distintas violencias para llegar a un vocabulario común, que permitiera –por lo menos– entendernos, primer paso imprescindible para acordar.

Pues bien, en estos meses hemos asistido a una dinámica en sentido contrario. Es decir, a la construcción de un metarrelato ad hoc para el enfrentamiento, la ruptura de la convivencia y la incomprensión mutua, un relato a veces delirante que incluía la resurrección de ETA, entendida como una especie de Moloch diabólico e inmortal, listo para ser utilizado a conveniencia.

Es descorazonador ver cómo algunas personas y grupos con mucho poder pueden poner en peligro el trabajo de años de hormiguita por parte de tantas personas de buena fe de distinta adscripción política, asociaciones dinamizadoras y facilitadoras de encuentros, e instituciones que apoyaban estos trabajos, en unos pocos días de locura desinformativa.

Afortunadamente, estos mensajes anti convivencia no han calado en nuestra tierra de la misma forma en que –al parecer– lo han hecho en otros lugares del Estado, algo también muy grave pues es muy importante que en el resto del Estado vayan calando relatos convivenciales, por utilizar el término de Iván Ilich, es decir, que contribuyan a la convivencia entre personas y comunidades.

Pero incluso en Euskal Herria, aunque la mayoría social no ha comprado el metarrelato de la extrema derecha y la derecha extrema españolas, sí que han conseguido mover el tablero político –y hasta institucional según parece– en sentido contrario al camino hacia la escritura de un relato o relatos compartidos entre diferentes que contribuyan a la convivencia y la paz.

Pues, como bien dice el catedrático Jon Mirena Landa: “Todo trabajo que se aleje de una visión oficial y concreta de cómo presentar las violencias de motivación política que han sucedido en nuestro país está amenazado de sufrir una descarga mediática de alto voltaje si nos atenemos al aluvión de descalificaciones de trazo grueso vertidas contra Aranzadi”.

El aviso no parece alarmista a la luz de cómo se van produciendo algunos acontecimientos, como la suspensión del acto simbólico de reconocimiento a las víctimas de violencia de motivación política que iba a realizarse el 26 de este mes en el Kursaal, la desprogramación de dos películas en la semana de la tortura y la presentación de un libro, contribuyendo así –aun sin ser esa su intención– a la revictimización de las víctimas de la violencia ilegítima del Estado, que ya están además gravemente discriminadas en su derecho a la verdad, la justicia y la reparación.

La tentación de escribir un relato único e imponerlo vía institucional a la sociedad no es la dirección correcta según las prácticas recomendadas por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

La historia reciente de nuestro país no es una película en blanco y negro que pueda resumirse en un par de párrafos condenatorios, quien quiera creer sus propios discursos es muy libre de hacerlo, pero por favor al menos no disparen al pianista.

Los autores firman en representación de la Asociación Pro Derechos Humanos Argituz