HA dejado de ser el neoliberalismo una palabra en disputa, ya no está en las proclamas de babor ni se defiende con vehemencia por estribor, salvo en la comunidad de Madrid, esas anomalías políticas tan de hoy en día.

Prima el consenso en el que ahora llaman Norte global sobre la necesidad de un Estado capaz, que iguale y garantice derechos contrapesando los excesos de los mercados. También de la distorsión en las sociedades de concentración extrema de la riqueza, lo dicen Financial Times, The Economist o Davos, poco dados a inspirarse en Thomas Piketty.

En América Latina, sin embargo, esa disputa todavía está muy viva, brotan iliberales, padece la región en esos momentos donde todo son tumbos ideológicos, pudiendo votar igualmente a la izquierda más ortodoxa o la derecha más recalcitrante, donde lo que prima es el voto destituyente, esté quien esté en el poder. Así lo señala Pablo Luna, uno de los politólogos más reputados de la región.

Algunos de los mayores tumbos los vemos en dos países emblemáticos para en neoliberalismo, Chile y Perú, donde se aplicaron las medidas más duras durante el contexto de Pinochet, el primero, y el Fujimorismo, el segundo, que terminó también en dictadura. Ambos recientemente aspiraban a borrar ese pasado neoliberal a través de procesos constituyentes que han quedado truncados, ¿cómo puede ser eso?

Para entenderlo, para conversar con el neoliberalismo, me reúno con uno de sus protagonistas, Juan Carlos Hurtado Miller, ministro de Economía durante el primer gobierno de Alberto Fujimori en Perú. Se le conoce por haber anunciado el que llaman fujishock, paquete de medidas neoliberales, y terminar el discurso con un profético “que Dios nos ayude”.

Y es que no fueron cualquier medida, liberalizar la economía supuso retirar los subsidios a la alimentación, triplicar el precio de la leche o el pan y doblar el del azúcar de un día para otro. La gasolina, 30 veces. Más. Se despidió a un millón de funcionarios y la reducción de los salarios un 50% a los que quedaban. 150 empresas públicas fueron privatizadas.

Tampoco cualquiera el contexto; Fujimori heredó un país quebrado, sin reservas internacionales, con Sendero Luminoso a las puertas de Lima y una inflación solo conocida en la Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, del 7,000%. Era el gobierno el que decidía cuánto valían las cosas, no el mercado. Los peruanos recuerdan esos años por las permanentes colas para la compra de alimentos.

Para más enjundia, lo hizo a dos días de comenzar la presidencia Alberto Fujimori en 1990, que no era el candidato de los empresarios, todo lo contrario, un outsider, el candidato de la élite limeña y favorito a quien le ganó las elecciones no fue otro que Mario Vargas Llosa, ahí queda eso.

Pero los peruanos confiaron en las medidas de Fujimori y de Hurtado Miller, en las medidas neoliberales, igual por desesperación, pero así fue. ¿Resultados? Las reservas internacionales aumentaron de cero a seis mil millones en 1995, la inflación bajó a un ya razonable 10% en 1994 y ese mismo año el Perú creció 12%. No solo eso, logró también terminar con Sendero Luminoso.

El encuentro fue en su casa, me recibió con vino y jamón, una mesa llena de libros, subrayados todos, hojas de papel con números y muchas ganas de hablar de economía cuando yo lo quería hacer de política. Un carisma y brillo en los ojos de quienes creen en la política y han estado en la primera línea. Respondió a todas mis preguntas y tenía muchas.

Me rompe la cintura desde los primeros minutos, habla de la importancia de las políticas sociales (tres veces), de la derecha egoísta de su país que solo ha pensado en exportar y de la importancia de la educación. De las cajas rurales, créditos para la innovación tecnológica, dinero para cooperativas, cómo reducir la minería informal o de la importancia del Banco de Desarrollo del Perú, público. El Estado debe penetrar en el país, sentencia, y pienso para mis adentros, ¡es el neoliberal que mejor me cae!

Discutía de tú a tú con Jeffrey Sachs, a quien le decía que tenía que salir de su despacho de la universidad y ponerse en los zapatos de un político en un país como Perú. También por supuesto con el Banco Mundial, le pregunté si el fujishock se decidió en Lima o en Washington DC, me dice que en Lima ¡por supuesto!, no sé si con sorna, pues todavía se dice que fue teledirigido por el Banco Mundial, vete a saber.

Para terminar, le pregunté por qué dimitió un año después, no me dio detalles, pero el silencio hablaba. Fujimori dio después un autogolpe de estado y continúa todavía en la cárcel, la corrupción brotó como el pus en una herida infectada y el fujimorismo terminó siendo un partido mafioso que todavía pone en jaque al país.

Al terminar la conversación la sensación es ambivalente, ya no estaba hablando con el neoliberalismo, sus ideas no están en el discurso de quienes fueron sus protagonistas, están dos pasos por delante. Y yo me quedo sin saber a quién recriminar ahora el desmantelamiento de la salud pública que tantas vidas ha costado durante la pandemia, la falta de inversión en educación o la informalidad endémica, en fin, ”que Dios nos ayude”.

Exdirector regional de Oxfam en América Latina, cursa actualmente un Máster en Ciencias Políticas en la Pontificia Universidad Católica del Perú