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Madrilgo Gortetik

Juan Mari Gastaca

La misma película

OTRA tacada de decretos-ley adelante. Con el mismo método. La película de siempre. Por supuesto, de suspense. Idénticos protagonistas, similar trama, mismo clímax y el desenlace tópico donde gana el bueno y pierden los malos. Esta vez, Pedro Sánchez salva la cara ante Europa con un holgado respaldo a su propósito de ahorro energético que fortalece su proyección particular, mientras el PP cacarea su enésima derrota, aunque ensimismado con las encuestas que le están alejando de algunos juicios sensatos. Lo ha hecho como en él es habitual: con su única verdad como mandato divino; ninguneando al resto, sin deferencia alguna con sus aliados, hasta que le llega el agua al cuello; pero, al final, con más de medio Congreso de su lado. Hasta la siguiente.

El presidente tiene cogido el tranquillo a la democracia. Vive de la división ideológica. Necesita de esta derecha rancia, cuando no intratable por perturbadora, para rearmarse en su debilidad parlamentaria. Por esa vía del miedo, que no parece tener fin ni siquiera con la llegada de Feijóo, sabe que tiene asegurados los apoyos siempre que quiera. Por eso no le agobia lo más mínimo jugar con fuego una y otra vez, ni rectificar sin sonrojarse. Está en su salsa, es su manual. Lo ha vuelto a repetir sin inmutarse en una vuelta de las vacaciones muy risueña para sus intereses y que le reconforta buena parte del ánimo perdido. El Gobierno va a tener que rectificar en apenas cuatro semanas lo que acaba de aprobar. No le importa. El precio del apoyo recibido. Sabe que eso no le penaliza. La única fotografía que cuenta son los 187 votos de una mayoría de 176 diputados. El PP lo debería tener muy en cuenta para evitar sustos inesperados.

En un ambiente de ánimo encogido y de pocas verdades contrastadas, en el Congreso se resitúan las piezas ante el futuro sombrío que unánimemente todos dibujan bajo la amenaza rusa. La mayoría de la moción de censura vuelve a reencontrarse. Bien es verdad que a regañadientes en algunos casos, pero quizá porque no hay puente alguno con la otra parte ni se le espera. Sobre esa realidad, la coalición de izquierdas afronta la prueba de fuego de un final de legislatura que puede verse dinamitado por los efectos de la inflación, las economías domésticas, los préstamos insolventes y allá por mayo con los resultados de las elecciones locales y autonómicas. Lo hará bajo el ruido ensordecedor de un PP desatado en su ambición, aunque en su caminar vaya dejando la estela de un discurso demasiado alejado de los compromisos de Estado –patética la división interna sobre su papel en la renovación del Poder Judicial– y próximo al populismo demagógico de pescar en río revuelto.

Con todo, el PSOE sabe fehacientemente que las cosas pintan bien para Feijóo. La retahíla de gruesas descalificaciones al presidente de los populares por parte de una lista demasiado larga de ministr@s en los últimos días destila preocupación galopante. Incluso, poco estilo. Un nerviosismo que pulveriza cualquier atisbo de abordar reformas de calado. Una imagen de crudo enfrentamiento secular que alimenta los intereses de ambas partes. La derecha conoce con datos en la mano que cada vez que nacionalistas e independentistas acuden a socorrer a Sánchez en el desfiladero suben sus expectativas electorales. Ahí se encuentra sin muchos recovecos ni análisis sesudos la sencilla explicación de su terco rechazo a todo tipo de acuerdo. Una numantina posición que también favorece los argumentos ideologizados de la izquierda porque le sirve para proyectar con toda su intención el retrato político de que al otro lado solo hay negacionismo y un falso sentido patriótico. Desgraciadamente, ninguno de los dos bandos está equivocado.

Un escenario enjaulado donde la presencia de ERC siempre despierta morbo. Quizá algo más cuando amenazan los momentos de mayores turbulencias por aquello de la inestabilidad. Sostén de la izquierda española gobernante, los republicanos independentistas también viven atormentados, aquí y allá. El retrato del prolongado desbarajuste institucional en Catalunya, focalizado demasiado tiempo en la impresentable imagen de la rebelde (ex)presidenta del Parlament, daña, en Madrid, la consistencia de unas reivindicaciones que, desde luego, parecen ir perdiendo fuelle en medio de la desunión palmaria de sus promotores. Por el medio de esa tormenta transitan Pere Aragonès y Gabriel Rufián con una hoja de ruta plagada de altibajos e incomprensiones, que les hace sentirse incómodos por la falta de avances. La película les suena. l