UIS Medina tiene menos de 250 euros en las cuentas. Me imagino a una nonagenaria haciendo calceta, oyendo de refilón el titular en la tele, alzando la vista por encima de las gafas y diciendo: "Ay, el pobre". La veo sacando de una funda de ganchillo su smartphone y abriendo una petición para recaudar tuppers: #albóndigasparaluismedinapobrecillo. También atisbo al hijo, resoplando: "Ama, ¡que está investigado por estafa!". Y ella, a lo suyo: "Mira qué ojeras. Algo tendrá que comer". Ya puede reencarnarse Jack el Destripador, que como se le marquen los pómulos por enjuto -no por chute de ácido hialurónico-, organizaría una colecta para llenarle la nevera. Alguna abuela debería ser investigada por un delito de lesa obesidad. O por sobrealimentación de nietos, ahora que en muchos países está prohibida la de ocas. Porque tú le dejas al niño con la merienda: bocata de pan integral con pavo criado en libertad, manzana ecológica y zumo 100% exprimido y, para cuando vuelves, le ha embuchado la merienda, dos sobados, un batido de chocolate y un huevo Kinder. "¡¡¿¿Un huevo Kinder??!!". Casi te da un infarto. Y ella: "Hija, lo que no mata engorda". Me imagino todo eso, que ya está bien para ser un festivo, y me acuerdo de cuando, de adolescente, me abordó en Iturribide un tipo para pedirme dinero. Del susto le dije que no tenía nada. "Joder, tía, lo siento", se compadeció, y me dio unas monedas. Cómo han cambiado los manguis.
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