S evidente que al equipo de marketing del Partido Popular -que no se sabe si es nuevo, casadista, ayusista o de la vieja guardia- le faltan tablas. Puestos a organizar un gran congreso para relanzar el partido, lo lógico habría sido presentar un relato digno de la pluma de Leon Tostoi, una Guerra y Paz 4.0 en la que las diferentes familias del PP viven de drama en drama, pero al final suman fuerzas para asaltar el palacio presidencial. Se escogió sin embargo el guion de la nostalgia. Con expresidentes de cuerpo presente o vía telemática y paseando el cadáver de Pablo Casado como si fuera el Cid encajando más puñaladas vestidas de aplausos. Y con la irrupción de Alberto Núñez Feijóo para recoger el blasón del líder caído. Catarsis para coger aire para echar a los infieles de La Moncloa. Así, a tope de energía y optismo, afronta el PP los próximos meses. No le hace falta presentar un proyecto -ni nuevo ni viejo- porque sabe que la otra energía, la que pagan los hogares y las empresas de su bolsillo, está golpeando los muros del Gobierno Frankenstein y solo necesita estar preparado para aprovechar las grietas. Mientras, tiene la certeza de que los efectos de la invasión de Ucrania le servirán en bandeja nuevos argumentos y que la división de las dos formaciones que gobiernan jugará también a su favor. Y por si fuera poco tienen a su disposición la infantería goda de Santiago Abascal dispuesta a todo. Hay demasiada energía suelta para cosa buena.

Asier Diez Mon