EMEN, Birmania, Etiopía, Afganistán... y así hasta 65 conflictos bélicos y guerras se dirimen a fecha de hoy aunque el alma solo nos estalle cuando se fraguan a escasas horas de avión a la vuelta de la esquina. En un sistema edificado sobre la avaricia y el poder, nos devora la deshumanización que nos invita a quitar la vista de las imágenes que, ahora en Ucrania, nos revelan cómo la crueldad carece de límites. Nos duele la mirada dolorida de nuestros paisanos europeos que huyen sin saber dónde y se guarecen de una tecnología militar infinitamente más destructiva que la de hace un siglo pese a que las instantáneas en blanco y negro nos transportan a los rincones más funestos de nuestra historia, aquí, bien cerca. Decía la activista francesa Simone Weil que "la vida será menos inhumana en la medida en que la capacidad individual de pensar y de actuar sea mayor"; pero nada hace pensar que a corto plazo la vida de nadie a orillas del Dniéper pueda ser misericordiosa mientras el sátrapa exagente del KGB no sacie su instinto genocida. Tanta soflama bolivariana cuando durante dos décadas se ha permitido campar a sus anchas a este tirano narcisista que ya aplicó en Siria los mismos métodos y miramos para otro lado. Irrumpe otra generación de niños de la guerra mientras somos incapaces de explicar a los nuestros las razones miserables que tienen encarcelado el corazón de miles como ellos. Sencillo: porque no hace daño solo quien puede. También quien quiere.

isantamaria@deia.eus.