I a los científicos que trabajan en Moderna les pitan los oídos, que no se lo tomen como algo personal. Les agradecemos mucho su vacuna, aunque a algunos, con la tercera dosis, nos hayan dolido hasta las pestañas postizas. Y mira que arrugas el ceño y repites el mantra: Ómmmmm... icron, estoy generando anticuerpos -lo mismo que los Urdangarin repiten: Son cosas que pasan-, pero eso ni consuela ni relaja. Para más inri, hace un frío del carajo y tienes un hijo calorífico y otra perpetuamente destemplada, que hacen girar el termostato de la calefacción, en sentido contrario, como si fuera la ruleta de la fortuna. Así que ahí estás, tumbada en tu lecho, oscilando entre las tiritonas y las balsas de sudor, sin saber si echar la culpa, como siempre, al (ARN) mensajero o a los críos, que lo mismo se han aliado para prolongar tu convalecencia y poder pasar más tiempo con los dispositivos. Por si fuera poco, el padre de las criaturas aprovecha sin piedad tu falta de claridad mental para reactivar su campaña en favor de un robot de cocina, ahora que Lidl ha ganado la batalla judicial a Thermomix, y se te sienta en el bordillo de la cama a leerte todas sus funciones. Cuando va por la de picar hielo, añoras el punzón de Instinto Básico, pero como no tendrías fuerza para empuñarlo, le dices que se compre un robot y una mujer biónica si quiere con tal de que se calle. Por si acaso existe la reencarnación, te pides la ameba.
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