E terminó la tontería pero el campo queda regado de víctimas. En el culebrón en torno al tenista Novac Djokovic, la primera de esas víctimas ha sido el sentido común y la experiencia ha hecho aflorar lo que ya sabíamos: las fobias son un problema, pero las filias irracionales son aún peor.

Del desafío del número uno del tenis mundial deben quedar rastros fuera de duda que desbrocen toda la visceralidad dispuesta a justificar al icono de éxito por encima de lo razonable. Nole no ha sido expulsado de Australia por represalia, sino por mentiroso. El presidente de Serbia, Aleksandar Vocic, se envuelve en el populismo que le paga el sueldo para decir que ha sido objeto de una "caza de brujas". Pero es que Djokovic ha estado volando en una escoba ante los ojos del mundo. Con vacuna o sin ella, el tenista no se protegió a sí mismo ni a los demás en las vísperas de viajar a Australia y mintió conscientemente cuando dijo que había evitado viajar en las dos semanas anteriores a entrar en el país, como se requería.

Su país, cuyos políticos más histriónicos le rezan ya como emblema de la resistencia y la idiosincrasia nacionales, acaba de prohibir el acceso a los ciudadanos de España, Francia, Alemania, Austria, Grecia, Suiza y Eslovenia por temor al covid-19... y porque proyectar enemigos es rentable. Las autoridades de Belgrado han manejado la pandemia como herramienta de gestión geoestratégica. Renunciaron a la estrategia compartida con Europa y optaron por vacunar con los productos chinos y rusos, socios interesantes en lo político, lo comercial y hasta lo militar. Pero, conscientes de la importancia de la vacunación, llegaron a pagar a su ciudadanía por hacerlo el equivalente al 5% de un salario medio. Así que, ahora, apelar a la irracionalidad con un relato de resistencia es tan antipedagógico como manipulador. Ese es el servicio de Nole a la causa.