A decepción y consiguiente desafección de la ciudadanía hacia una política que vive como tóxica es preocupante. La actual crispación ha llegado a tal extremo que resulta irrespirable y conduce a una espiral en la que el insulto, la descalificación y la mentira cobran un indeseable protagonismo. En efecto, la realidad, falsificada conscientemente por los mismos políticos, cuyo único objetivo es deslegitimar y desacreditar al adversario, se extiende por doquier y muestra una menguada calidad democrática. Es obvio que la contienda política española es de una agresividad autodestructiva sin precedentes en lo que llevamos de democracia. Ni siquiera en medio de una desgracia colectiva, como la pandemia de covid-19, ha existido el menor atisbo de concordia, hasta el punto de que el cainismo está prevaleciendo por encima del sentido común y de cualquier consideración ética.

El poder parece haberse convertido en un fin en sí mismo y los medios, sin son útiles, se blanquean con notoria facilidad y sin el menor escrúpulo. El debate político está poniendo de relieve todas las miserias y debilidades de nuestro país, hasta el punto de que este fatalismo suicida sabotea cualquier posibilidad de buscar soluciones a medio y largo plazo. La desmedida discrepancia que pretenden justificar las diferentes formaciones políticas no resulta creíble, sino que más bien parece una grotesca, histriónica e impostada escenificación de la diferencia. El desacuerdo que impera en España, más allá de lo que la razón política aconseja, conduce al desfallecimiento moral y sociopolítico. La excesiva dilación en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, por ejemplo, es impropia de un país democrático. Y dicho sea de paso, la propuesta de la derecha de que sean los jueces quienes se elijan a sí mismos supone la reconversión de un poder del Estado en un órgano corporativo que colisiona con la independencia y representatividad del Poder Judicial, pues los tres poderes del Estado deben ser directa o indirectamente elegido por la ciudadanía, como así lo son el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo.

La falta de consenso en ciertas materias hondamente sensibles como pueden ser la gestión de la pandemia, la sucesivas crisis migratorias, la utilización partidista de las víctimas del terrorismo o el desacuerdo en algo tan necesario como es la memoria histórica y democrática, que cerraría definitivamente las heridas abiertas durante la guerra civil y la dictadura franquista, además de sospechoso es mezquino.

Por su parte, la ultraderecha española le está tomando el gusto a las algaradas callejeras, pareciéndose cada vez más a una centrifugadora de inmundicias preconstitucionales. Trata, sin el mismo pudor, de apoderarse de la calle con sus eslóganes, himnos, pancartas y banderas agitadas mientras canturrean El novio de la muerte, el Viva España de Manolo Escobar y ráfagas del Cara al sol, en una insolente ocupación fascista del espacio público, lo que representa una gangrena política que nos sumerge en una ciénaga en la que chapotea el señoritismo gamberro y mal educado de la gente rica. Su insumisión en contra del gobierno, al que no reconocen porque no lo ocupa el supuesto dueño del poder, esto es la derecha, rezuma odio y sinrazón. Su clamor por la unidad del país, basada en aspiraciones retardatarias, es destructiva y nos retrotrae a tiempos totalitarios y excluyentes que deberían estar totalmente superados, pero lo peor es la saña con la que la derecha, que se dice moderada y de centro, se ha lanzado a competir con la extrema derecha. Ha perdido, lamentablemente, el decoro y la decencia.

La crispación política es, sin duda, una consecuencia de la polarización, es decir de la radicalización e intransigencia de las diferentes posturas políticas que convierten al adversario en un peligroso enemigo, al que se le niega incluso la legitimidad de existir, utilizando con ese fin el insulto, la descalificación y la hipérbole. El tono bronco apunta obviamente a los extremos políticos como máximos responsables, siendo también estos los más beneficiados del lodazal que ellos mismos han creado.

Tampoco ayudan los bandazos del centro derecha que se ve incapaz de mantener un discurso coherente, un relato propio y consistente en el tiempo, como tampoco resulta constructivo el mimetismo, en ocasiones, áspero de la izquierda. Varios son los factores que han contribuido a esta peligrosa radicalización, entre ellos cabe destacar la facilidad con que las redes sociales crean burbujas de falsa realidad con el fin de segmentar más aún a la sociedad, la miopía política que, buscando obtener rápidos resultados, actúa solo pensando en el corto plazo, o la mediocridad de ciertos políticos que se benefician de la crispación, ya que requiere un proceso intelectual menos complejo y exigente. En fin, este afán de exclusión del rival es un fenómeno muy pernicioso para la democracia que, gracias al multipartidismo, ha logrado representar la pluralidad existente en el país, así como madurar una constructiva dialéctica fiscalizadora del quehacer político. *Médico-Psiquiatra-Psicoanalista