O ha pasado tanto tiempo desde que Arnaldo Otegi asegurara que "hay una gran parte de la población del país que rechaza a la Er-tzaintza" (Radio Euskadi, 14/03). El rechazo y el odio parecen ser actitudes de gran acepción hoy día, aun más después de haberse popularizado el término hater. Y es que por su parte, el popular Iñaki Oyarzábal ya ha identificado a la escuela vasca como origen de todo odio, justo en la misma emisora de radio (08/09).

Yo no creo que los vascos seamos más haters que nadie, ni siquiera a pesar de ese modelo educativo que Oyarzábal dice ver. Lo que es cierto es que no faltan en Euskadi quienes les gusta airearlo a los cuatro vientos. Sin ir más lejos, Otegi ya ha diagnosticado el origen de los haters de la Ertzaintza: su supuesto "modelo de policía a la española". Curiosamente, Oyarzábal dijo que aquí se promueve el odio a lo español, y así ha trazado un incómodo paralelismo con el líder aber-tzale, pues tanto el uno como el otro diagnostican fácilmente las fobias de los demás, pero no las suyas.

No puedo estar más de acuerdo con Oyarzábal en que la educación vasca no pasa por sus mejores momentos, pues todo sistema educativo, sobre todo el público, debe velar por inculcar el principio del respeto a las instituciones, haciendo efectiva la libertad dentro de un orden mínimo. En tal sentido, los altercados y emboscadas contra la Ertzaintza que hemos apreciado estos últimos meses bajan mucho el termómetro de nuestra calidad educativa. Sin embargo, el popular alavés ha estado corto de miras; no es tanto el odio a lo español lo que nos afecta, sino el odio a nuestras instituciones autóctonas. Algunos que se tienen por patriotas no comprenden el valor del orden en su país. Y si bien en el nuestro no ha tantas décadas se tildaba de "ocupadora" a la policía española, ahora también son tales las policías autonómicas.

A esta sazón es muy ilustrativo un comunicado del gaztetxe de Legazpi, publicado en redes sociales el 18 de abril, donde se le llamaba "okupatzaile" a una patrulla de la Ertzaintza que disolvió una concentración en el gaztetxe, realizada en plena pandemia y contra las medidas de contención.

Independientemente de las críticas que se le puedan hacer a la Ertzaintza, no oculto cierta envidia respecto a las policías españolas; sus patriotas parecen no concebir un "viva España" sin la coletilla "y la Guardia Civil". Es precisamente ese cuerpo de policía, fundado por el II Duque de Ahumada el 28 de marzo de 1844, la institución pública más valorada por los españoles, por encima incluso de su color político (SocioMétrica, 2019). España comprende las palabras que el ya fallecido exministro López Rodó -también popular, como Oyarzábal- dirigió a las Cortes el 15 de junio de 1978: "Cuando el labrador no tuvo que atarse la espada al cinto para protegerse de los salteadores, entonces nació el estado". Si esto es así, no se comprende de ningún modo que quienes desean un estado vasco desprestigien y arremetan contra sus propias fuerzas del orden público.

No estoy inventando nada para hacer proselitismo: A finales del siglo XVIII, España estaba llena de hermandades que velaban por la seguridad de los caminos -por ejemplo, la Vieja y Santa Hermandad de Toledo y Talavera-. Por su parte, las diputaciones forales contaban con sus propios cuerpos de policía, dependientes de ellas: los Miñones de Araba, los Miqueletes en Gipuzkoa y los Forales de Bizkaia.

El estado moderno vino a unificar el orden público, mermando así las competencias y efectivos de esas policías. Con el nacimiento del primer Gobierno vasco se adquirió también el orden público, transfiriéndose esta competencia durante la II. República (Gaceta de Madrid, 1936/281), y una de las primeras decisiones del lehendakari Aguirre consistió en la creación de una Policía Militar, luego Ertzaña, al frente de la cual estuvo Telesforo de Monzón, líder décadas más tarde de HB. Esta policía desaparecería después de la Guerra Civil, junto con las forales de las "provincias traidoras" (BOE, 1937/247).

No cabía duda de que una de las reivindicaciones más genuinas de las nacionalidades históricas en el 78 fuese recuperar precisamente el orden público que se les arrebató, del que solo quedaban Miñones, Forales de Navarra, y los Mozos -hoy Mossos- de la Diputación de Barcelona, dependientes de Gobernación.

No se debe olvidar que partícipes de aquella recuperación fueron los diputados vascos de todas las formaciones políticas que obtuvieron representación en Cortes en 1977, excepto los populares. El mismo López Rodó enunció su voto en contra, ya que, según creía, el separatismo se envalentonaría si se transfiriera a las comunidades autónomas el orden público. No se imaginaba ni de lejos lo que tendríamos que oír de algunos aber-tzales décadas más tarde. Tal vez esos críticos preferirían volver a tiempos donde era el cuerpo policial más amado de España quien llevaba el control de Euskadi. Pues no se olvide que el Duque de Ahumada, Girón Ezpeleta, era iruindarra, e hijo de donostiarra. ¡Traidora, nuestra historia! * Profesor de Periodismo (UPV/EHU)