E universitario tuve, con el casi único objetivo de terminar en bolas, invitaciones para jugar al cutre strip-parchís, pero siendo apocado las rechazaba inventando diferentes disculpas: que llevaba calzoncillos paqueteros de leopardo, que no iba porque tampoco lo hacía mi amigo del alma o que era más partidario de ponerme en pelotas a solas.

Aquellas disculpas me recuerdan a la alcaldesa de Azpeitia diciendo que no había proyecto o que el PGOU no lo permitía, a los voceros de Bildu gritando que rechazan la agresión a un exconcejal del PP sin condenar la acción y, de paso, criticando a los demás, o a la justificación del indulto a antiguos dirigentes de la Generalitat comparando con los de Armada, Vera o Barrionuevo.

Lo mismo que yo no debí actuar cobardemente callando que participar en aquel juego me daba vergüenza, la alcaldesa de Azpeitia debería ser clara y decirnos que por su idea de modelo económico no quiere que se instale allá la empresa. Igual que no me atreví a jugar por temor a lo que ocurriría cuando quedara en pelotas, Bildu debería admitir que le inquieta dar el paso de rechazar a condenar porque, tras años de alentar la violencia, no sabe bien qué pensarán ahora muchos simpatizantes de sus siglas. Y lo mismo que yo no debería haberme comparado con otros que tampoco iban, debería admitirse que son inigualables el indulto a golpistas de verdad y dirigentes que organizaron asesinatos con el de políticos que sacaron, eso sí, sin permiso, urnas a la calle y animaron a votar.

Quitándome de vergüenza y comparaciones fui a una de esas juergas y lo pasé cojonudo. Por lo mismo creo que la alcaldesa se relajaría reconociendo que no le gusta Corrugados en el pueblo, Bildu se tranquilizaría afirmando que solo condena lo que afecta a los suyos, y todos seríamos más honestos si habláramos de indultos a catalanes solo porque no hicieron nada malo.