N todos los lugares del mundo se está librando una frenética lucha para evitar o, al menos, mitigar la transmisión del covid-19. Es innegable que cualquier medida que tuviera por objeto proteger a una comunidad en su conjunto debería verse con buenos ojos. Sin embargo, arrecian las voces críticas ante la adopción de políticas que suponen la limitación de derechos. De tal manera que medidas que racionalmente deberían ser apoyadas unánimemente son, en cambio, recibidas con descrédito por una parte (pequeña) de la población.

Aquí es donde entran en juego las ciencias del comportamiento, que representan un conjunto de disciplinas que han adquirido recientemente notoriedad a raíz de la exitosa serie televisiva Mindhunter.

El economista estadounidense Richard H. Thaler ya aplicó estas disciplinas en la ciencia económica recibiendo el premio Nobel de Economía en el año 2017. Sus investigaciones demostraron que las decisiones humanas no siempre obedecen a criterios racionales, sino que también resultan condicionadas por variables psicológicas que las desvían de un comportamiento económico racional. Thaler contribuyó al análisis económico al considerar tres rasgos que sistemáticamente influyen en la toma de decisiones económicas: la racionalidad limitada, la percepción de justicia y la falta de autocontrol.

En síntesis, la economía conductual se encarga de analizar la toma de decisiones económicas de los individuos, pero entendiendo el comportamiento humano de una forma menos racional y estable que lo que interpreta la teoría económica tradicional. Frente al humano completamente racional, calculador y egoísta que defiende la teoría económica neoclásica, la economía conductual atribuye el protagonismo de sus teorías a un ser humano que pospone las decisiones de cierta relevancia, improvisa a la hora de tomarlas, está fuertemente influido por lo que piensan y hacen los demás y está condicionado por muchos otros factores. Esto ha permitido identificar sesgos y comprender mejor las preferencias y los ciudadanos y consumidores. En este contexto, surge la teoría del empujón que explica que pequeñas intervenciones (nudges o empujones) pueden modificar el comportamiento de las personas de manera predecible, simplemente cambiando la manera de presentar las posibles alternativas (por ejemplo, si los alimentos más saludables se colocan en lugares más accesibles para incentivar su consumo).

La teoría del empujón se popularizó en el libro Un pequeño empujón: el impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad que Thaler publicó, en el año 2008, junto con el también economista Cass Sunstein.

En el año 2019 asistí a una clase magistral del profesor Sunstein y, desde entonces, he comprobado la amplia aplicación de políticas basadas en la teoría del empujón en un amplio segmento de actividades. El empleo de los nudges es adecuado en aquellos ámbitos jurídicos donde el estímulo, la orientación y el consejo resultan más eficaces que una regulación que suponga prohibición y coerción.

La economía conductual puede utilizarse para abordar muchos de los grandes problemas sociales actuales. Así, instituciones internacionales (Banco Mundial, Naciones Unidas, Comisión Europea, OCDE, etc.) ya disponen de Unidades Nudge para asesorar en la implantación de políticas que pretendan influir en el comportamiento de un cierto sector de la población. Sirva de muestra que, desde una perspectiva medioambiental, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente aplica esta teoría para contribuir a los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Sin ir tan lejos, algunas políticas legislativas adoptadas en el ámbito de mi desempeño profesional, en la Autoridad Vasca de la Competencia, se inspiran en principios propios de la teoría del empujón.

Tal es el caso, por ejemplo, del mecanismo conocido como programa de clemencia que permiten una vía de salida sencilla y efectiva, a modo de exención y reducción de multas, para las empresas que participan en un cártel y que denuncian su existencia. De forma similar, el legislador también se sirvió del recurso del empujón como estímulo para introducir los programas de compliance en el ámbito empresarial. No en vano la implantación del programa de compliance fue concebida en la Ley Orgánica 1/2015 de modificación del Código Penal como una medida para eximir o, en su caso, atenuar, la eventual responsabilidad penal de la persona jurídica.

En definitiva, considero que las medidas que se están adoptando para enfrentarnos a la crisis son necesarias, pero en momentos de incertidumbre como el actual, las ciencias del comportamiento podrían servir como herramientas especialmente útiles para responder a los grandes desafíos que requieren de actuaciones coordinadas por el conjunto de la población.* Vocal del Consejo de la Autoridad Vasca de la Competencia