EO en el blog de Iñaki Anasagasti una interesante carta inédita del lehendakari Agirre, fechada en Donibane en setiembre de 1949, dirigida a Xeferino de Xemein (en Pau), hombre de valores intelectuales, autor de una biografía de Sabino Araba Goiri, con variadas actividades patrióticas, pero encerrado en ideas ortodoxas, exponente de un férreo espíritu bizkaitarra.

No es una carta fácil. El lehendakari, desde 1941, proyectaba una relación de Historia vasca en la que introduce el fin de la dinastía pirenaica, reinado de Sancho el Fuerte, y se le advierte lidiando con su contrincante Xemein, que no avala sus tesis. Por otra parte, Manuel Irujo, miembro del Gobierno vasco de París, estaba en franco desacuerdo con un artículo de Xemein publicado en Alderdi, órgano de EAJ/PNV, y de su consideración sobre Nabarra y su papel histórico en la creación de la Euskadi de nuestro tiempo. Xemein mermaba esa realidad histórica para hacer crecer mas la obra de Arana Goiri. Todos carecían de archivos para manejar documentación pues permanecían extrañados de su país debido a la dictadura. Agirre menciona a autores que avalan su tesis y que le merecen consideración, ninguno del gusto de Xemein.

En el proemio de su carta, afirma el lehendakari: "...lo que creo es que Vd. no ha centrado el asunto en sus verdaderos términos. Quizá sea porque en el amontonamiento de ideas de mi intervención en el cierre del ciclo de Euzko Gaztedi (donde expresa su opinión sobre Sancho el Fuerte) no supe expresar las cosas debidamente o también quizá porque Vd. no distinguió entre historia y doctrina".

Agirre se coloca, como en un duelo de espadas, frente a Xemein, con cortesía y firmeza, declamando su opinión, coincidente con la de Irujo, sobre la historia de los pueblos vascos en la que Nabarra tiene notable trascendencia pues logra, tras el Ducado de Vasconia, conformarse en reino, agrupando a los siete territorios en el complicado contexto de su época y que dura mas de cuatro siglos.

Afirma Agirre, con su florete de acero en alto: "Querido Keperin, yo me sitúo con el Pirineo y con aquellos que durante 410 años combatieron a su aire y con ideas de su época en forma incesante queriendo crear y consolidar para el Estado vasco, territorio y forma, consistencia y ser. La historia de sus empeños nos lo dice claramente. Volvamos los ojos a aquella tradición de unidad -que es unitarismo- y no desdeñemos su ejemplo, que nos ha de servir no solo para explicar racionalmente y comprensiblemente nuestra historia, sino para dar un fundamento a nuestra lucha actual por la libertad, con nuestras ideas democráticas eternas y nuestra concepción republicana vasca. Porque el ayer fue el ayer y el hoy es nuestro".

El hoy del lehendakari era sangrante. Padecida y perdida una guerra, con su añadido de guerra intestina, mas de cien mil compatriotas, familias, se exiliaron a Francia; afectadas por la Segunda Guerra Mundial, familias enteras partieron a América a rehacer sus vidas desde la nada; y se percibía lo que se llamaría Guerra Fría, que acabó con las ilusiones de una intervención aliada contra Franco.

La Euskadi interior sufría represión y hambre. Muchos hombres fueron fusilados, muchos permanecían en cárceles y campos de concentración. El asesinato del alcalde de Lizarra, Fortunato Agirre, era la expresión de los miles de muertos arrojados a las cunetas: ahora sabemos que 3.600 en los meses de julio a octubre del 36 en una Nabarra sin reacción ante la dirección de Mola. Si podemos ajustar nuestra cabeza al tiempo en que el lehendakari respondía a Xemein, admira no solo su templanza sino su fe en la sobrevivencia de un pueblo condenado al exterminio desde Roma, enfrentado y victorioso contra Carlomagno, D. Rodrigo y Abderramán, AIfonso VI el Emperador leonés y contra Alfonso Vlll el artero, según los menciona Agirre, y que siga determinado a lograr su confraternidad contra los vientos y las mareas de la Historia europea.

Agirre, nacido en Bilbao y residente en Algorta, era hijo del Atlántico, del golfo de Bizkaia, pero él se declara "...fundamentalmente pirenaico porque allí en sus montañas y en todas sus estribaciones el pueblo vasco unido resistió siglos, Sancho el Fuerte decía a Jaime el Conquistador que el prohijamiento mutuo que le ofrecía y la alianza contra Castilla eran 'por la salvación de un pueblo'".

El lehendakari, espada en mano, acaba su misiva con estas palabras claves que sirven para el tiempo presente: "...sino trabajamos con este espíritu, haremos dogma de lo que fue dado a los hombres para su libre discusión y mejoramiento. En una palabra, nos estancaremos". Acierta. Porque de aquellos años oscuros en los que la derrota se ahondaba con una dictadura que prolongaba sus tentáculos hasta hacerlos parecer eternos, los vascos, la viejas y nuevas generaciones, los de aquí y allá, íbamos reconstruyendo las bases de un antiguo país que debía acomodarse al compás de una Europa que tras de dos guerras intestinas que acabaron siendo mundiales, emprendía un camino de confederación, sea de estados y no de pueblos como se ideo al principio, buscando la paz y la prosperidad económica para sus ciudadanos.

Los políticos vascos estuvieron en los Juicios de Nuremberg, hace ya setenta años, y en las primeras comisiones que impulsaron el proyecto Europa. La destrucción de Gernika los hacía valederos del clamor de libertad. Fueron respetados aunque no atendidos, quizá ni entendidos ni aun por los Padres de Europa, aunque su mensaje lo llevaban predicando desde los reyes de la dinastía pirenaica y aún antes. Dudo que haya un lema mas esclarecedor en política que el de la Junta de los Infanzones de Obaos, compuesta por clérigos, hidalgos y labradores que clamaron contra el poder amenazante de la nueva monarquía navarra y sus élitex en el siglo XII: "Por la Libertad de la Patria, hombres libres". Hoy diremos hombres y mujeres libres.

* Bibliotecaria y escritora