UPONGO que es muy humano, pero también revelador, que las primeras reacciones a las normas y recomendaciones para afrontar la Navidad sean buscarles los límites: ¿y quién va a comprobar que yo viajo a ver a la familia o que no comamos en casa más de dos unidades convivenciales? No sé si encaja con la demanda genérica de que no se nos trate como a niños. Con el pulso entre la responsabilidad y la conveniencia que reclama que nos convenzan de que las normas sirven porque, ante la duda, mejor no renunciar a nada. Y que la culpa, cuando la haya, siempre sea de otro.