NA vez más hay conflictos que parecen que no tienen solución, conflictos en los que solo el agotamiento de las dos partes enfrentadas, la imposibilidad de conseguir sus objetivos de forma total y abrumadora sobre el otro o la acumulación de miles de muertos (tanto de civiles como de militares), que trae consigo la hostilidad de la opinión pública nacional, pueden hacer que las aguas vuelvan a su cauce. El bucle se eterniza y la población civil, mientras tanto, sufre la irracionalidad inflexible de sus dirigentes.

El pasado 27 de septiembre, tras 26 años de tregua, Armenia y Azerbaiyán han retornado al punto de origen: a la disputa por los altos de Nagorno-Karabaj. Territorio enclavado en el corazón de Azerbaiyán, pero de mayoría armenia, fue entregado por Stalin, en 1921, a la antigua república soviética. Pero como ocurriera con Crimea, aunque en esta ocasión lo hiciera Kruschev, el fin de la URSS despertó viejos rencores y resentimientos. La mayoría armenia es cristiana ortodoxa, mientras que la minoría azerí es musulmana. Una cuestión religiosa que no debería servir para el antagonismo, pero la territorialidad siempre es un punto importante para el ultranacionalismo€ ya lo vimos en Europa a lo largo de los siglos XIX y XX. La tierra importa más que las personas. La primera guerra estalló el 24 de febrero de 1988. Moscú era incapaz de contener los diversos conflictos o escisiones que se irían dando a lo largo y ancho de su esfera de influencia. Suficiente tenía con lo suyo, la crisis del sistema soviético era irreversible; Gorbachov tardaría dos años en dimitir y en confirmar que la URSS se disolvía, pero ya había perdido las riendas del imperio. Las antiguas repúblicas soviéticas se fueron independizando en cascada a lo largo y ancho de Europa, el Cáucaso y Asia. Sin embargo, en este pequeño enclave, sus habitantes declararon su independencia y su unión a Armenia. Aquello fue la chispa que encendió la mecha y solo la presencia militar soviética contuvo la tragedia. Pero la posesión del territorio se ha ido convirtiendo en algo más que una cuestión meramente territorial, nacionalista o religiosa.

Azerbaiyán había visto cómo Armenia le derrotaba en el campo de batalla; cómo su pequeño, pero más aguerrido y preparado ejército era capaz de batirle una y otra vez, a pesar de que los azeríes son más y poseían armas y pertrechos en cantidades importantes gracias al petróleo de Bakú. Pero los armenios no solo controlaron todo el enclave, sino que ocuparon territorios azeríes a modo de franja de seguridad: Fisuli Jebrail. Aquello fue un error, como cuando los americanos atravesaron el paralelo 38º e hicieron que la guerra de Corea fuese interminable€

En mayo de 1994, los azeríes aceptaron la tregua ofrecida por Moscú, no les quedó otro remedio. Los armenios, por su parte, no dudaron en congratularse por su victoria. Aun así, Nagorno-Karabaj quedó en suspenso, aunque estuviera bajo la órbita permanente de Ereván. En 2016, se dio un breve choque que duró cuatro días, pero ahora, casi tres décadas más tarde, la situación ha vuelto a su triste y lamentable punto de partida con la misma furia y virulencia del inicio por la incapacidad de unos y de otros para aceptar unos acuerdos que hubiesen fijado unas coordenadas de reconocimiento, pensando en que la alternativa, la violencia, solo puede acabar trayendo consigo muertos y destrucción, como está haciendo.

En las guerras nadie gana, porque siempre se ha de pagar un alto precio humano que resulta irrecuperable, pero hay algunas que parecen que se han ganado y en realidad se han perdido porque no significan el fin de la violencia, sino una nueva espiral que se precipitará antes o después, enquistada. Este es el caso. Sin embargo, en estos años, Armenia ha ido evolucionando desde un régimen semiautoritorio, heredado de la época soviética, a otro plenamente democrático. Azerbaiyán, en cambio, ha realizado un recorrido inverso y gobierna una misma familia con puño de hierro, los Alíev, primero fue el padre, Heydar Alíev, y ahora el hijo, Ilham. La conquista del enclave puede entrar dentro de una estrategia de Ilham para presentarse ante los azeríes como el padre constructor de la gran Azerbaiyán. Por eso no solo se pretende recuperar las zonas azeríes arrebatadas en 1994, sino que se exige la retirada completa de las tropas armenias de Karabaj, lo que supondría, en consecuencia, su toma por los azeríes.

En todo caso, lo único cierto es que la violencia se está cebando con los civiles. Ambas partes se acusan de bombardear núcleos de población o lo que es lo mismo, culpan al otro de los horrores que se están cometiendo. Los azerbaiyanos, con apoyo turco, han lanzado una amplia campaña para inculpar a los armenios de crímenes de guerra al afirmar que se está atacando directamente a civiles en otras áreas ajenas al enclave. El temor a que la guerra se extienda más allá de Nagorno-Karabaj ha llevado a comprometer a Moscú, cuyas simpatías se inclinan a favor de Armenia, en un alto el fuego. Lo único cierto es que la capital del territorio en disputa, Stepanakert, ha sido golpeada duramente por los misiles azeríes. Y que el presidente, Araik Aratunián, apremió a los civiles de esta ciudad y de la de Shusha a que la abandonen para evitar más víctimas. Este mensaje y las acciones bélicas han llevado a que miles de habitantes del enclave hayan huido, convirtiéndose de facto en refugiados en dirección a Armenia.

El fallido alto el fuego acordado hace dos sábados por razones humanitarias solo parece indicar que una de las partes, y todo apunta a Azerbaiyán, tiene claro que no va a permitir que esta vez se les escape la preciada pieza. El Grupo de Minsk de la OSCE, integrado por Francia, EE.UU. y Rusia aboga por la negociación, pero Ilham Alíev solo aceptará sentarse si los armenios reconocen que Nagorno-Karabaj es de Azerbaiyán. Todo o nada. Cuando lo sensato sería impulsar un referéndum vinculante de autodeterminación.* Doctor en Historia Contemporánea