raíz de la pandemia de SARS-CoV-2 es frecuente que salgan noticias alarmantes sobre residencias de ancianos. En muchas ocasiones, se narran hechos aislados, sesgados o magnificados que se extrapolan a las residencias en general transmitiendo una mala imagen de estas. Es mucho menos frecuente que aparezcan noticias positivas sobre la enorme labor que realizan dichos centros públicos y privados y sus profesionales con nuestros mayores. Hay miles de personas en toda España que trabajan, y lo dan todo, incluida la salud física y psicológica, para cuidar a nuestros ancianos. Por eso, comienzo este artículo como homenaje a todos los profesionales de residencias que, pese a una situación de este tipo, no pierden la sonrisa al ayudar a unas personas que frecuentemente son descartadas por una sociedad en la que se valora lo que se tiene o lo que se produce y no en lo que se es.

En las residencias se concentra la población más vulnerable frente al SARS-CoV-2, es decir, pacientes muy ancianos, muchos con demencia, dependientes y con varias patologías complejas. En gran parte por esto son los lugares donde más defunciones ha habido. Pese a ello, es frecuente que multitud de profesionales opinen al respecto y extraño que se oiga a un médico de residencia a pesar de que son los que atienden a la población más vulnerable. Quizá por esto, expertos en otras materias hacen protocolos que poco sirven en estos centros, diseñados para otras poblaciones pero no para ancianos en residencias. Sumado a ello, se produce un preocupante desconocimiento en muchos otros sanitarios y en personas que crean opinión sobre cómo tratar a estos pacientes de una forma transdisciplinaria e integral en un medio institucionalizado donde conviven como personas, no solo como enfermos.

Dicho lo anterior, bajo ningún concepto puede repetirse lo vivido en primavera y posiblemente con medidas adecuadas, si el virus golpea de nuevo con fuerza, pueda evitarse. Quizá una de las principales es evitar la discriminación por razón de edad (ageismo, edadismo o etaismo) y de lugar dónde viven, domicilio o residencia. En geriatría, la edad es casi solo un número, un dato, y no el más relevante para muchas decisiones. Cada persona envejece de distinta manera. Hay nonagenarios con mejor capacidad funcional y expectativa de vida no solo cuantitativa que otras personas más jóvenes. El estado funcional, cognitivo, de dependencia y expectativa de vida son los criterios a tener en cuenta a la hora de decidir qué tipo e intensidad de tratamiento hay que aplicar y en qué nivel asistencial. Y nadie conoce técnica y humanamente mejor cada situación que el médico que lo ve día a día en la residencia junto con el resto del equipo, a los que demasiadas veces se desoye a la hora de tomar decisiones. La edad no debería ser determinante a la hora de decidir si una persona ingresa en un hospital, en una UCI o si se le aplica tratamiento curativo o exclusivamente paliativo.

Para tomar decisiones, además de conocer el estado basal de la persona en su día a día, hay que hacer un buen diagnóstico diferencial y los síntomas de covid-19 son poco específicos y más en población anciana pluripatológica. Antes de tomar decisiones, habrá que asegurarse si estamos ante una enfermedad sin tratamiento curativo o ante una infección de otro tipo u otras causas reversibles. A eso ayuda también conocer el estado serológico de los ancianos para saber si ese paciente, mientras no se demuestre lo contrario, ha creado inmunidad frente al SARS-CoV-2.

Para realizar este diagnóstico diferencial, se debe tener en cuenta que los médicos de residencias habitualmente diagnostican, debido al nivel asistencial y medios de que disponen, fundamentalmente por los síntomas y la exploración, que siempre deben mandar sobre los distintos estudios complementarios que sirven de ayuda. No obstante, a veces estos son necesarios por lo que hace falta que estos profesionales tengan acceso fácil y rápido a realización de pruebas sencillas como PCR o serología para covid-19, no dando por supuesto que todos los ancianos con síntomas tienen infección por SARS-Cov-2, y en ocasiones habrá que derivar al hospital para realizar pruebas complementarias independientemente de que quede ingresado o vuelva a la residencia según los resultados. No debería pasarse por alto ninguna patología tratable por estar centrados solo en la covid y más ahora que viene el otoño con el aumento de infecciones respiratorias.

Y, por último, tras un diagnóstico correcto, se podrá proceder a tratar a estas personas con todos los medios que se tengan disponibles y de los que puedan beneficiarse, valorando el riesgo y beneficio de dichos tratamientos. Solo después de todo lo anterior, cuando se ve que no tiene remedio curativo o que se puede causar más daño que beneficio a la persona, se debe asumir con naturalidad que la vida tiene su fin y acompañarlos hasta el último momento con los tratamientos paliativos y cuidados de últimos días, siempre en coordinación con la familia, procurando habilitar sistemas para que nadie fallezca sin sus seres queridos y con toda la delicadeza y cariño que requiere la situación.

En resumen, esta epidemia en muchos aspectos ha deshumanizado la medicina y es urgente rehumanizarla. No todo es covid y hay que volver a lo más básico: en primer lugar, tener bien clasificados a los pacientes según funcionalidad y expectativas. En segundo lugar, tener en cuenta su situación epidemiológica (si son inmunes o no). En tercer lugar, hacer un buen diagnóstico diferencial antes de tomar decisiones. Y finalmente adecuar las actuaciones curativas y/o de confort adecuadas atendiendo en todo momento todas sus necesidades biológicas, mentales, sociofamiliares, espirituales, funcionales y de cualquier tipo en que se les pueda ayudar.

No perdamos el norte, el objetivo es reducir el número de casos graves y de muertes evitables, procurando no causar más daño que beneficio y que el pánico no deshumanice la vida de los enfermos, cuidadores y sociedad en general.

* Doctor en Medicina y miembro de la Sociedad Española de Médicos de Residencias