un periodista del Grupo Noticias, la Guardia Civil le impidió días pasados hacer su trabajo informativo con motivo de la visita a propagandística a Nafarroa del Borbón y de su esposa y no solo no pasa nada, sino que el informador se arriesga a una acusación de agresión a la autoridad. Justicia al revés de nuevo, desde hace mucho y para siempre. El asco de nunca acabar se escribe solo. Esto dicho al margen del escasísimo eco que el hecho tuvo en los medios de comunicación nacionales, tan sensibles a los ataques a la libertad de prensa cuando de la suya se trata. ¿De parte de quién está el delegado del Gobierno y el Marlaska de las torturas? ¿De la legalidad? ¿Y cuál es la legalidad? ¿Acaso la libertad de información no está amparada por la ley? Claro que si de lo que se trata es de imponer mentiras oficiales, habrá que callarse.

Un hecho como ese lo dice todo de cuál es el alcance de la ley Mordaza y de la arbitrariedad reinante en los cuerpos uniformados, algo que se comprueba a diario, con o sin documentos gráficos, con motivo de desahucios, manifestaciones o protestas individuales. Es inútil denunciarlo porque esta situación no va a menos sino a más, algo que en absoluto les preocupa a los defensores de la libertad, la democracia y la ausencia de censura. Esto no va con ellos, por eso nada dicen, porque están de parte de quien impide, a ese periodista en concreto realizar su trabajo. Eso es lo que los de la UTE de miembros de partidos de La Muela Forrada aplauden. Otra cosa sería que el periodista fuera de Prisa o de Unidad Editorial o de los voxistas. Hubiesen reventado las pantallas: la inmolación de tertulianos hechos mártires de la libertad en riguroso directo, habría sido el espectáculo del verano.

Fruto del espectáculo permanente en que se ha convertido la información, ha desembarcado en los medios una nueva generación de gurús y es que parece que las cabezas pensantes de este país ya no son ni profesores con o sin público, sino toreros y futbolistas, en ambos casos millonarios gracias al espectáculo que no debe cesar porque de hacerlo se hunde la economía nacional.

Andamos flojos de minería, industria pesada, pero sobrados no ya de chiringuitos de mañana, tarde y noche, sino de especuladores asociales y de desvergonzados que viven de mangarla de una manera o de otra. Y no cumplir con Hacienda es mangarla y recabar subvenciones sin fundamento social alguno, también lo es. Y es la voz de estos semiparásitos la que se difunde con pretensiones de creadores de opinión, como si lo que dijeran o dejaran de decir importara a quien vive con el agua al cuello. Y lo consiguen, y sus necedades y patrañas calan en un público cada vez más desconcertado, más alienado por la adicción a las pantallas vomitivas. Todo lo que se diga es poco, pero es inútil. La barbarie de rostro social es la nueva normalidad desde hace mucho, desde antes de que llegara la plaga.

Una de publicidad engañosa (entre muchas otras): la de las alarmas que asustan, dicen, a los ladrones. A los ladrones profesionales, solos o ayuntados en bandas organizadas que hacen de cuando en cuando la temporada, como otros hacen la de la uva, no les asusta nada. Los ladrones están a la última y tienen toda clase de ingenios que revientan puertas y alarmas: se venden por Internet hasta con tutoriales de uso. Además, tienen chotas que les informan de dónde pueden dar los palos veraniegos, como hay otros que suministran, previo pago, pisos a ocupar. El miedo ahora mismo es el gran negocio: miedo al okupa, que sí, que estaba ahí, pero no como plato fuerte en el menú del día mediático, miedo al vecino que nos escruta y al que escrutamos, miedo al virus (relativo), miedo al miedo... Hay que protegerse y la protección es un negocio sin fondo. A más miedo, más ingresos. Está claro. A los ladrones no sé, pero al resto nos da miedo todo, o casi.

* Escritor