N Unicef sabemos muy bien que en cada emergencia que atendemos producida por guerras, tsunamis, terremotos, migraciones o pandemias, los más afectados son las niñas, niños y adolescentes.

Nuestra intervención permite ayudarles vacunándoles, acogiéndoles en espacios seguros, educándoles y defendiendo contra viento y marea sus derechos.

Así recuperamos a niños y niñas, convertidos en soldados, en seres humanos explotados laboral o sexualmente, esclavizados y sin futuro.

Hoy estamos viviendo en nuestras propias carnes una pandemia que nunca esperamos, lo normal es que al igual que el ébola, la tuvieran ellos, los más pobres.

Hoy, aquí, en un "lugar seguro del mundo", en nuestro pequeño país, en nuestras calles, ha caído algo parecido a una bomba de neutrones que ha dejado los edificios intactos, las calles vacías y que lleva la muerte cada día a muchos de nuestros familiares y amigos.

El coronavirus ha llegado para quedarse hasta que encontremos una vacuna.

Nuestra directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore afirma que "en esta pandemia, los niños y las niñas son sus víctimas ocultas. El confinamiento y el cierre de escuelas están afectando a su educación, a su salud mental y al acceso a servicios básicos de salud. Los riesgos de explotación y abuso son más altos que nunca, tanto para los niños como para las niñas. Para los niños y niñas desplazados o que viven en contextos de conflicto, las consecuencias no tendrán nada que ver con lo que hemos visto hasta ahora."

Hace ya casi una década en Ginebra, se publicó la "Carta de la infancia para la reducción del riesgo de desastres", en la que participaron más de 600 niños y niñas de 21 países, dándonos algunas claves aplicables a esta situación.

Sus protagonistas identificaron cinco prioridades: las escuelas deben ser seguras y la educación no debe ser interrumpida; la protección de la infancia y la adolescencia debe ser una prioridad antes, durante y después del desastre; se debe garantizar el derecho a la participación y el acceso a la información que necesitan, así como una infraestructura comunitaria segura. Además, la ayuda y la reconstrucción tras los desastres debe minimizar el riesgo en el futuro y, por último, que esa reducción del riesgo llegue a los más vulnerables. No podemos quedarnos de brazos cruzados, es vital poner en marcha una estrategia global, integral y coordinada para prevenir infecciones, salvar vidas y minimizar el impacto de pandemias de este tipo en la infancia y en toda la población.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y la Agenda 2030 representan la hoja de ruta para afrontar desafíos mundiales como esta crisis, porque vivimos en un mundo tan interconectado que, solo respetando los derechos de la infancia, manteniendo un equilibrio entre la protección social, el medio ambiente y el necesario desarrollo económico conseguiremos realizarlos.

El coronavirus está atacando a las sociedades en su núcleo. El FMI ha reevaluado la perspectiva de crecimiento para 2020 y 2021, declarando que hemos entrado en una recesión tan mala o peor que la de 2008. La recuperación en el próximo año solo se dará si el mundo tiene éxito en contener el virus y en abordar sus múltiples dimensiones sociales y económicas.

Ningún país podrá salir de esta crisis solo.

Es clave la inversión en el sistema de salud, así como la colaboración científica para encontrar un tratamiento eficaz y una vacuna cuyo acceso universal esté asegurado, sin discriminación alguna.

Hay que amortiguar los efectos colaterales en la vida de millones de personas, lo que significa realizar una provisión directa de recursos para apoyar a las personas trabajadoras y a sus hogares, facilitar un seguro de desempleo, una mayor protección social y garantizar el apoyo a las empresas para prevenir pérdidas masivas de empleo, diseñando respuestas fiscales y económicas que aseguren que la carga no recae en quienes no pueden soportarlo.

Debemos aprender de esta crisis y reconstruir mejor. Si hubiéramos avanzado más en el cumplimiento de los ODS y el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, nos hubiéramos enfrentando a este desafío con sistemas de salud más fuertes, con menos personas que viven en condiciones extremas de pobreza, con menos desigualdad de género, con un entorno más saludable y con sociedades más resistentes.

Esta crisis nos da la oportunidad de cambiar, y fortalecer nuestro compromiso con la implementación de la Agenda 2030 y sus 17 ODS. Ya sabemos lo que debemos hacer, tenemos la hoja de ruta mundial para el futuro y solo debemos reconducirla. Invirtamos en personas, en sistemas de salud y protección social, y avancemos hacia una economía más verde e inclusiva.

Si así lo hacemos obtendremos la recuperación y sentaremos las bases para hacer personas y sociedades resilientes en las que ningún ser humano quede atrás. En ello creo firmemente.

* Presidente de Unicef Comité País Vasco