S indudable que la crisis del bichito va a cambiar la estructura de la economía habitual. Y no se trata sólo de la gran cantidad de endeudamiento que van a tener los diferentes países. El hecho de si se podrá pagar todo es mejor dejarlo para los expertos, si bien dicha palabra empieza a tener un significado difuso. Por un lado, cuando escuchamos, por ejemplo, que un escalador ha tenido un accidente y ha fallecido siempre se escucha la misma monserga: “¿Cómo puede ser, si era un experto?”. Cuando la frase adecuada debería ser la contraria: ha tenido un accidente por ser experto. Es lógico, tarde o temprano, un experto tiende a confiarse y se relaja. Lo mismo ocurre a grandes empresarios que han tenido carreras modélicas y terminan en la ruina. No podemos comprenderlo. Claro que esto no implica que todos los expertos sean unos fracasados; simplemente, a veces las cosas no siguen el sentido esperado.

¿Podrá el coronavirus variar el sentido de la economía?

Para contestar a esta pregunta, debemos valorar dos enfoques: el técnico y el teórico. En el primer caso, el cambio es evidente. Los bancos centrales están haciendo políticas que no son convencionales; algunas parecen ir contra sus propios estatutos. No obstante, es normal: si los tiempos cambian, las políticas deben hacerlo. Es un dicho antiguo y cierto: no se pueden resolver problemas nuevos con métodos antiguos. En ese caso, caemos en la denominada necrofilia ideológica. Consiste en ajustar la realidad a nuestra ideología para aplicar unas medidas concretas. Esta estrategia es muy peligrosa, y animo al lector a buscar en cualquier ámbito, sea nacional o internacional, dirigentes que apliquen esa visión. Son muy, muy peligrosos. No obstante, vamos a apartar debates como la posible emisión de coronabonos, la ampliación y reparto del MEDE (Mecanismo Europeo De Estabilidad), el programa SURE (para proteger a los desempleados), la aplicación de una posible renta básica o los protocolos sanitarios más adecuados para profundizar en el enfoque teórico de la economía.

La teoría tradicional está basada en que las personas son racionales y en que a partir de unos determinados niveles de información y conocimientos se toman las mejores decisiones posibles. No siempre serán las mismas: una persona de derechas tiende a priorizar la creación de riqueza aunque el coste sea un sacrificio en términos de equidad. A su vez, una persona de izquierdas tiende a priorizar la equidad, aunque el coste sea un sacrificio en la creación de riqueza. Sea de una u otra forma, ambas personas estarán de acuerdo en lo mismo: desean que suba el PIB, una inflación moderada, un desempleo bajo y un Estado del bienestar que cubra, en más o menos nivel, las necesidades básicas.

Por supuesto, el primer problema que aparece es la razón por la cual la economía se denomina la ciencia lúgubre: no hay para todos. Se debe repartir. Es el primer concepto: coste de oportunidad. Realmente, también es el último. Toda decisión, incluso la que no tomamos, tiene un coste.

Hasta ahí, todo normal. Pero esta crisis ha visualizado problemas que la economía tradicional no tenía en cuenta. Podemos enumerar alguno.

En teoría, los políticos toman las decisiones en cuanto divisan problemas futuros. En la práctica, están anclados en el presente: el mañana nunca llega.

En teoría, se aplican las mejores políticas para la comunidad. En caso de no hacerlo, se pierden las elecciones. En la práctica, se trata de construir un relato que aporte una visión positiva de un lado y negativa del otro. Importa la percepción de los hechos, no los hechos en sí mismos.

En teoría, cada país es independiente de los demás y por tanto puede tomar decisiones propias sin pensar en las consecuencias de las mismas. En la práctica, la independencia es política pero no económica. Y esto es lo que cuenta: todos los días consumimos productos de los cinco continentes.

En teoría, la economía se preocupa de repartir unos recursos escasos en un mundo con muchísimas necesidades e infinitos deseos. En la práctica, la economía está interconectada con nuestro planeta (incluso con el espacio), el clima, las finanzas y la biodiversidad. Un desequilibrio puntual es un desequilibrio global.

En teoría, lo importante es el nivel económico de las personas. En la práctica, las personas “somos lo que decidimos” (Mariano Sigman).

En teoría, todas las políticas las hace el Estado, el cual es responsable del bienestar de los ciudadanos (esta idea es del Estado... ¡y de los ciudadanos!). En la práctica, este virus lo paramos entre todos: es decir, los actos de cada persona influyen en la comunidad global. Es el famoso dicho de Alejandro Magno: “De la conducta de cada uno depende el destino de todos”.

En teoría, el primer principio de cada párrafo es de la economía tradicional y el segundo, de economía de la conducta.

En la práctica, la economía de la conducta ha existido siempre. La tradicional estaba ligada a la estructura socioeconómica de la época.

* Autor de ‘Ideas de Economía de la Conducta’