ANTES que nada, vaya por delante mi celebración con efectos retroactivos de la victoria copera frente al Barça, ese ogro que sistemáticamente aplasta las ilusiones de la afición rojiblanca. El recuerdo de las últimas finales, con la gente en peregrinación solemne y henchida de fe para terminar sistemáticamente degollada cual cordero pascual. Pese a los antecedentes, el pasado jueves volvió a ocurrir: el hincha acudió a San Mamés con la voluptuosidad del irredento, pensando que esta vez sí, pues ya ocurrió en la primera jornada liguera, no hay partido de vuelta y porque sin ilusión tampoco merecería la pena adorar a este equipo tan peculiar, único en el mundo.
La explosión de júbilo fue la consecuencia lógica a tantos años de continencia y frustración: el ogro azulgrana no estará en la final. Imagino al bueno de Ernesto Valverde desde su plácido retiro, desplegando una risa sardónica sobre todo cuando escuchó a Quique Setién cuando ponderaba sin rubor alguno la victoria moral del Barça.
A consecuencia de esta magnífica victoria, el derbi vasco ha pasado a un segundo plano. O dicho de otro modo, el derbi vasco fetén queda aplazado para el 18 de abril, en Sevilla (recomendamos desde ahora mismo a Felipe VI que acuda a la Cartuja provisto de orejeras de alta gama para prevenir la contaminación acústica o en su defecto excuse su asistencia por razones de salud).
Con el Athletic dejando fuera al poderosísimo Barcelona y la Real Sociedad quitándose de encima, y en el Santiago Bernabéu, al Real Madrid, el camino a esta magna cita casi está expedito, salvo sorpresa mayúscula, pues llegados hasta aquí sería un fracaso brutal que a doble partido el Athletic no pueda con un recién ascendido como el Granada, y más aún si la Real no logra eliminar a un segunda como es el Mirandés.
De repente, y en solo tres partidos, el Athletic podrá sacar a pasear por la ría la Gabarra y así festejar su vigésimo quinta Copa, acontecimiento lúdico y lejanísimo que los aitites cuentan a sus nietos con pasión. De repente, y con solo tres partidos mediante, el Athletic tendrá asegurada una plaza para competir en Europa la próxima temporada. De repente, y esta vez solo con dos partidos sería suficiente, el Athletic podrá pasear su leyenda por la exótica Arabia, recibirá por todo el morro un buen puñado de millones por disputar allá la Supercopa de España y de paso contribuirá a la noble cruzada de Luis Rubiales, empeñado como saben en liberar a la mujer saudí con la fuerza emancipadora que al parecer irradia el fútbol.
Así que con esta perspectiva alucinante, Gaizka Garitano supo que tenía licencia para perder. Al carajo si el Athletic lleva siete jornadas ligueras consecutivas sin conocer la victoria. Porque nadie le reprochará que hiciera lo que hizo, es decir, montar un equipo con tan solo tres titulares habituales (Unai Simón, Capa y Yeray) sabido que el fin justifica los medios. Y el fin es ganar como sea al Granada, único obstáculo antes del gran sueño. Sabe además Garitano que está a punto de alcanzar la gloria personal y un lugar en los altares de La Catedral si consigue reverdecer los marchitos laureles, ya que eliminar al equipo andaluz en semifinales y derrotar a la Real Sociedad en la final es algo perfectamente factible. Y al contrario, Garitano es muy consciente de que la derrota ante el Granada sería su ruina deportiva a los ojos de una hinchada expectante, que por descontado le perdona su displicencia planificando el derbi de ayer.
Lo mismo (reservar un buen puñado de titulares) hizo el Granada frente al Atlético de Madrid, y también, aunque no tanto, su colega Imanol Alguacil por razones obvias. La Real jugaba en casa, ya se sabe hasta qué punto emociona a los txuri-urdin ganar al Athletic, tienen un día más de descanso y únicamente dos copas en sus vitrinas.
El partido tuvo un punto de inflexión en el minuto 54, cuando Alex Isak salió al terreno de juego por el bando blanquiazul y Williams por el rojiblanco. El joven talento sueco-eritreo logró enhebrar el juego de la Real y eso fue decisivo para la suerte del derbi (I Parte) mientras Williams apenas disfrutó de una conexión con Muniain, demasiado revolucionado a la vista, quizá, de tantos acontecimientos.