uNO de los historiadores más reputados a nivel mundial es Niall Ferguson; con libros monumentales como El triunfo del dinero. Cómo las finanzas mueven el mundo o La gran degeneración. Cómo decaen las instituciones y las economías. Su última obra publicada es La plaza y la torre. El papel oculto de las redes en la historia: de los masones a Facebook.

Cuando pensamos en redes, la primera imagen que viene a nuestra mente es Internet: todo está conectado. Y los avances que se esperan, con una batalla sin cuartel entre las potencias para apropiarse de los dispositivos y las redes de suministro, serán enormes. Es curioso el tema cultural. En China, el Estado tiende a apropiarse de las nuevas tecnologías para su beneficio. En Estados Unidos, las empresas. Es muy complicado regular el poder de Google o de Facebook. En Europa, la sociedad civil usa estos medios para comunicarse, con una influencia más limitada. Si, como dice un proverbio ruso, es difícil predecir el pasado (cada cual lo interpreta a su manera), más difícil es predecir el futuro.

No obstante, merece la pena reflexionar acerca de nuestras redes personales. En un mundo en el que se sobrevalora la situación laboral y el sueldo asociado a la misma, olvidamos la importancia de tener conocidos hasta en el infierno. Es intrínseco a la persona humana, nos enriquece y nos aporta desarrollo personal. ¿Por qué no potenciar nuestra red de forma natural?

Además, esto tiene un valor añadido adicional. Ferguson explica, en su obra, cómo los historiadores han sobreestimado el papel de las torres (políticos, reyes o personas situadas en las altas jerarquías) y han subestimado el papel de la plaza (redes generadas por la sociedad civil y capas humanas heterogéneas).

En un momento en el que la desconfianza respecto de la alta política no deja de aumentar, nos podemos plantear un desafío claro: ¿cómo amplificar el poder de la plaza? En este sentido, la gobernanza es clave. Ahora bien, ¿en qué consiste? ¿Qué es? Podríamos definirla así: “Actividad cuyo fin es introducir orden a la vida social, dirigiendo conscientemente a las personas implicadas a colaborar para conseguir sus fines individuales y comunes”. Entonces, ¿por qué es tan importante? Las necesidades de las comunidades locales son muy específicas. Eso hace que un gobierno central no las pueda gestionar: lo que vale en un caso no tiene por qué valer en otro. Entonces, es prioritario desarrollar dichas comunidades.

Sin embargo, es muy complicado hacerlo. Y eso es debido a un tema cultural: damos al Estado central un poder desaforado. Un poder que no tiene. Nos volvemos locos elucubrando cuál va a ser la composición del gobierno, qué medidas va a tomar y a partir de ahí qué futuro nos espera. No tiene sentido. El único país en el que vivimos es nuestro planeta. ¿Qué influye más a una empresa que se dedica a la agroalimentación? ¿Los aranceles de Trump, el Brexit o la composición del gobierno nacional? Está muy claro. Sí, existen pequeños aspectos que afectan a nuestras vidas. El peso de la clase de religión, regulación de la eutanasia, limitación de velocidades, diferentes impuestos (no puede haber grandes cambios, ya que nos arriesgaríamos a tener una deslocalización y eso no va a pasar), cambios en la legislación laboral, el dichoso pin parental, la legalización de la marihuana?

Debemos observar que la influencia de estos factores es directamente proporcional a nuestros valores más profundos, pero no incide en la economía. Sí, está la excepción del tema catalán. Aquí, lo más normal es acordar una vía intermedia que sirva para lavar la cara a unos y a otros. Claro que no siempre ocurre lo más normal: la estupidez humana, tal y como nos advirtió Einstein, no tiene límites. El tiempo lo dirá.

Por eso es tan importante adoptar actitudes que sirvan para mejorar el efecto de la plaza en la vida cotidiana. David Thunder, en una conferencia realizada el pasado día 16 (La plaza y la torre. Algunas pautas para amplificar la gobernanza de nuestras comunidades desde la sociedad civil) nos recomienda diferentes actitudes. Una, abandonar la mentalidad estatista. Dos, conocer y aprovechar los recursos que existen en nuestro ámbito profesional y social. Tres, no quedarse indiferente si percibimos intentos del Estado por limitar nuestras libertades. Asimismo, existe la opción de realizar diferentes iniciativas: proyectos educativos, empresas cooperativas, aspectos vecinales, donaciones de empresas y particulares para capitalizar proyectos culturales son posibilidades a tener en cuenta.

Tendemos a mirar al Estado cuando tenemos diferentes problemas personales y sociales. Y sin embargo ya no tiene el poder de antes. Digan lo que digan los políticos, sus recursos por persona disminuyen debido al aumento de las necesidades sociales.

Lo que toca es cultivar las redes personales y sociales en el mundo real, no en el virtual. Aporta desarrollo personal, nos enriquece y lo más importante: amplía la plaza.