EL hecho de que no haya noticias vinculadas a los territorios palestinos no significa que no ocurra nada en ellos. Todo sigue igual o, tal vez, un poco peor para la población palestina que vive bajo el yugo opresivo de la ocupación o control israelí, incapaz de desarrollar cualquier proyecto de futuro propio. El último informe de Human Rights Watch (HRW) denunciaba la nula existencia de derechos civiles en la zona controlada por Israel en Cisjordania y a este se le une el demoledor libro de Norman G. Finkelstein, Gaza. Una investigación sobre su martirio, en el que critica también a diversos organismos internacionales por permitir la desgracia del pueblo palestino. Los palestinos viven en zona de guerra, aunque no la haya, pues el Ejército israelí puede imponer la ley marcial de la época del mandato británico (1948) y las disposiciones posteriores a 1967. No solo parece increíble, por lo mucho que ha llovido, sino porque las libertades básicas más elementales, ya sean la de expresión, reunión o manifestación, están controladas de forma directa por quienes, ostentando el monopolio de la violencia, tratan a los palestinos dentro de sus propios territorios como una población ocupada?

Ejemplos del modo perverso con que actúa Israel hay para hartarse. Sirva el caso de Omar Shakir, director de HRW en Cisjordania, expulsado bajo la acusación de haber apoyado la campaña de boicot contra Israel. Ni tan siquiera es necesario que se demuestre que es cierto para que se le declare culpable y así acallar su voz crítica y disidente contra los abusos. Sin embargo, no hay duda de que HRW es un objetivo claro de escarnio a tenor de sus reiterados informes, que denuncian la situación de indefensión de millones de palestinos, contra el abuso del poder israelí. La aplicación de leyes que proceden de la lejana etapa de la administración colonial británica son muy indicativas de dos aspectos: uno, la incapacidad de la autonomía palestina, y dos, muestra, sin ambages, que Israel actúa como un poder colonial. Esta legislación, por llamarla de algún modo, da carta blanca para que los militares actúen a voluntad llegado el caso. Desde prohibir asociaciones con un argumento tan subjetivo como mostrar "desafección a las autoridades" o arrogarse la posibilidad de declarar "zona militar cerrada", en otros casos, para impedir cualquier protesta. Peor aún, la aplicación de la ley concita un índice de condenas del 99,74% de los acusados. De lo que se deduce que el reo está condenado de antemano.

Las persistentes quejas de la Unión Europea (UE) sobre la discriminación que pesa sobre cerca de 2,5 millones de palestinos no han surtido ningún efecto, a pesar de que lo haya calificado de forma muy explícita: apartheid legal. Ya lo vimos en un filme Los limoneros (2008), metáfora muy elocuente sobre el modo de proceder de Israel. Con el argumento de que unos árboles podían servir de cobijo a posibles terroristas, deciden cortarlos y la viuda e indefensa palestina que los considera parte de su vida ha de recurrir a la justicia militar y no a la civil? mientras los más de 400.000 colonos que están fragmentando el territorio en pequeñas islitas y que dificultan o impiden por completo las posibilidades de desarrollo de la región, de manera ilegal (tal y como han sido condenados por la ONU), viven bajo el amparo de la legislación civil israelí. Las nuevas normas aprobadas, en 2010, todavía refuerzan más ese control asfixiante sobre la población. Se puede condenar a un individuo hasta con 10 años de cárcel por "influir sobre la población" con cualquier medida que atente "contra el orden público". En otras palabras, no hay forma de protestar, ni tan siquiera cívicamente, por abusos o arbitrariedades, dando por hecho que las fuerzas ocupantes siempre actúan justa, honesta y correctamente. Y eso es imposible.

Por supuesto, estas medidas también afectan a Facebook y las demás redes sociales existentes, se vigila de forma constante cualquier post palestino que pueda darse y que incite al odio (aunque dudo que se haga lo mismo con los posts hebreos contra los palestinos). Tanto es así que, por ejemplo, la madre de Ahmed Tamimi, conocida por haber abofeteado a un soldado israelí, y que difundió lo ocurrido en Internet, fue incriminada por "tentativa de incitación a la violencia". Ambas tuvieron que asumir la culpa para evitar una sentencia de 10 años de cárcel ante un tribunal militar. Así mismo, el Centro Palestino para el Desarrollo de la Libertad de Prensa listó nada menos que la detención de 74 periodistas y la clausura de 19 medios en Cisjordania y Jerusalén Este. El control que hace Israel sobre la libertad de expresión es abusivo y coercitivo, más propio de un Estado fascista que de uno democrático, impensable e inadmisible si esto ocurriera en el mismo Israel. De otro modo, se hubiesen clausurado todos los medios afines a la oposición política y, desde luego, no habrían podido ni tan siquiera salir a la luz las diversas acusaciones contra el actual primer ministro Benjamín Netanyahu por corrupción, soborno y chantaje. Sin embargo, las autoridades israelíes defienden estas medidas antipalestinas para poder luchar contra Hamás o la Yihad Islámica.

Claro que las intenciones van mucho más allá, no se trata de medidas defensivas, sino de represión y violación de forma desproporcionada de las libertades básicas de cualquier ser humano. Las cifras de los condenados por estos y otros delitos, además, ofrecen otro dato relevante. En 2017, había internados en las cárceles 6.500 palestinos, 300 de ellos menores de edad. Según la ONG Club de Prisioneros, en total, han pasado por el sistema penitenciario hebreo 850.000 palestinos desde 1948. Un número que no parece ilustrar la eficaz lucha antiterrorista israelí, sino más bien un plan generalizado para acallar cualquier disidencia o capacidad de actuación de los palestinos. Es por ello que HRW exige a Tel Aviv que derogue la abusiva legislación militar. Pero sin mecanismos de presión eficaces, tristemente, todo seguirá igual, con dolor, sufrimiento y una total vulneración de los derechos humanos indigna ya en este siglo XXI.

* Doctor en Historia Contemporánea