PEDRO Sánchez puso el sistema vasco de elección de lehendakari como ejemplo para una eventual modificación del proceso de investidura en el Estado por medio de la reforma del artículo 99 de la Constitución Española. En Euskadi, si los grupos parlamentarios no quieren que un candidato sea investido lehendakari, deben articular una mayoría alternativa; en la cámara de Vitoria-Gasteiz no cabe el ya famoso “no es no”. Es cierto que, de cara a evitar situaciones de bloqueo, el del Parlamento Vasco es un método más práctico que el del Congreso. Pero ¿es el español solo un problema normativo? No lo parece.

El surgimiento de nuevos partidos ha hecho que en el Congreso de los Diputados ya no haya solo dos partidos, pero no ha evitado que siga habiendo dos Españas. Las formaciones españolas siguen instaladas en la política de bloques. Ningún partido se permite moverse aunque ese inmovilismo tenga como única consecuencia el bloqueo. Unos y otros siguen disputándose la hegemonía de sus respectivos espacios ideológicos y eso les impide abandonar la trinchera incluso si es para evitar una eventual repetición electoral. Pocos ejemplos más claros que el de Albert Rivera. Un Rivera que, a pesar de que intenta disfrazarse de centrista liberal, se ha instalado en el extremo derecho del tablero intentando un sorpasso al PP que parece no llegar nunca. Rivera ejerce de perro del hortelano: ni come, ni deja comer.

Ante este panorama desolador del que no se libran ni izquierda ni derecha, ni viejos ni nuevos, la actitud del PNV supone una excepción que permite vislumbrar otra forma de hacer política. Una forma de hacer política en la que, lejos de estridencias y de palabras grandilocuentes, priman el rigor y la seriedad. Alcanzar acuerdos entre diferentes, negociar lejos de posiciones maximalistas y poner en valor la fuerza de sus escaños no con fines partidistas, sino políticos, en el sentido más noble de la palabra. Priorizar términos como la “agenda vasca” ha permitido a EAJ-PNV llegar a acuerdos a izquierda y derecha poniendo los intereses de la sociedad vasca, y no precisamente los del PNV, en el centro del debate político. Esa disposición al acuerdo y esa flexibilidad a la hora de negociar no la ha llevado a la práctica solo en Madrid, sino también en las instituciones vascas, donde, a pesar de lograr un porcentaje de voto muy superior al que cualquier otra formación haya obtenido en el Estado, gobierna en coalición y comparte las responsabilidades de gobierno.

Euskadi lleva décadas acostumbrada al multipartidismo, y a lo mejor es eso lo que ha favorecido la cultura del entendimiento entre diferentes. Esa disposición al acuerdo, acompañada de una gestión que combina rigor y honradez, ha hecho que las políticas públicas de Euskadi sean referentes a nivel internacional. Aunque aquí también conocemos excepciones, en este caso una excepción de bloqueadores profesionales representada por la izquierda abertzale, enrocada en actitudes de bloqueo y a la que su obsesión por sustituir al PNV impide llegar a acuerdos en Euskadi mientras pregona a los cuatro vientos su voluntad de ser influyente en Madrid. Afortunadamente, las últimas citas electorales en Euskadi han reforzado a los partidos que han apostado por dotar a las instituciones vascas de estabilidad, relegando a la irrelevancia a quienes han optado por la vía de la confrontación.

Por ello, el cambio normativo que propone Sánchez puede tener efectos positivos de cara a paliar los síntomas, pero no ataca la raíz de la enfermedad. Mientras en Madrid no entiendan la necesidad de acuerdos entre diferentes no solo como forma de evitar el bloqueo, sino como medio para lograr los propios objetivos, va a persistir la amenaza de la inestabilidad política y el riesgo de italianización de sus instituciones. Pueden salvar investiduras, pero tendrán que enfrentarse cada año a los presupuestos y cada semana las leyes tendrán que volver al cajón. Por ello, está bien tomar como ejemplo la regulación vasca, pero sobre todo deben impregnarse de nuestra cultura del acuerdo.