tAL vez lo primero que hay que hacer es definir qué es el honor. El entrenador de fútbol Marcelo Bielsa, argentino, vehemente, enérgico, suele decir que el honor está por encima de todo. Para él, la moral y la ética deben ser prioridad en un juego lleno de trampas. Recientemente, Bielsa mandó a su equipo, el Leeds, que se dejara meter un gol como devolución al que su propio equipo marcó estando tendido en el césped, lesionado, un jugador del equipo contrario, el Aston Villa. Y eso que el Leeds estaba peleando por ascender a la Premier, la máxima categoría del futbol inglés. El partido acabó en empate y Bielsa respondió así a los periodistas: “Lo primero es el honor”. Claro que hay que reconocer que el loco Bielsa es único, un genio, una leyenda. Su lección de fútbol quedará para siempre. Ojalá su equipo ascienda de categoría.

En política rara vez el honor tiene un lugar. Un político puede llamar a otro indecente, felón, golpista, cómplice de asesinos, una desgracia para el país, traidor, irresponsable, ladrón? cualquier barbaridad y a los pocos días conversar con él como si nada hubiera pasado o firmar juntos un pacto o ir de copas. La política no entiende de ética y moral. Políticos que se insultan, que se calumnian públicamente, dejan a un lado su propio honor en un juego peligroso que les genera descrédito. La política considera que la moral no tiene nada que decir, que no cuenta, que es un factor que molesta. Claro que puede razonarse que menos mal que finalmente los políticos se hablan, ríen juntos e intercambian chistes. Reconozco que es bueno que ocurra a pesar de todo.

De acuerdo, pero ¿es necesario maltratarse tanto cuando de lo que se trata es de debatir ideas y propuestas? Probablemente es en el ámbito de la política donde peor nos tratamos las personas. Hasta tal punto que el mal trato se ha normalizado, es lo que se espera. En la política encaja mejor el comportamiento de otro entrenador de fútbol argentino, Carlos Salvador Bilardo, quien ordenaba a sus jugadores no auxiliar nunca a los rivales. En el juego entre el amigo y el enemigo en que se presenta la política, vale todo.

En la reciente campaña electoral, hemos visto lo que volveremos a ver en la ya muy próxima: candidatos pegándose verbalmente, desbocados de maldad, no de razones. Juan José Ibarretxe decía a menudo que “los insultos en política no dan la razón sino lo contrario, te la quitan”. Pero ocurre que para eliminar el insulto y la difamación de la vida política hacen falta mujeres y hombres preparados, capaces de argumentar y defender sus ideas sin matar dialécticamente a los rivales. Y de eso abunda poco. Entre otras cosas porque muchas personas válidas, con talento, renuncian a la acción política para no verse abocadas al riesgo de terminar señaladas como delincuentes.

Los políticos han colaborado mucho para convertir la política en un inmenso ring de juego sucio. Jaleados por sus seguidores y animados por medios de comunicación, hay políticos y políticas que hacen el ridículo. Son incapaces de hacer un discurso defendiendo lo propio, sin insultar al rival. La cuestión es que si esto es la política, si hay que aceptarlo como normal, entonces estamos reconociendo que la política es basura, nada que ver con la nobleza y el respeto mutuo. Y lo cierto es que llegar a este punto no es una buena idea.

Por todo esto, defender la política se está convirtiendo en una urgencia. Hay que resaltar que cada paso hacia el descrédito fortalece a los poderosos no votados. Grupos económicos se frotan las manos al ver la política arrastrada por los suelos, debilitada y a merced de presiones externas. Defender la política es recuperar su dignidad y su honor, lo que requiere que no queden impunes los políticos corruptos ni los que ensucian instituciones y partidos con su comportamiento enfangado.

Hace falta mayor ecuanimidad en los juicios críticos. Es necesario que el respeto mutuo presida la confrontación de ideas y programas. Hay que desterrar los chistes que buscan ridiculizar a los adversarios. En pocas palabras, hace falta devolver a la política el mérito y prestigio que debe tener una actividad de la que depende la convivencia social y un futuro mejor. Si lo público está bajo sospecha, y ya es de lamentar, no añadamos a ello escenas y situaciones que agravan aún más su precariedad. ¿Puede haber honor en la política? Si Marcelo Bielsa demuestra que la puede haber en el fútbol, un deporte cada vez más sometido a una industria que ha robado el juego a los aficionados, ¿por qué no puede haber honor en la política? Aunque no esté de moda, creo y espero que sí. El honor es la base o fue la base, en sus comienzos, de la política. Aristóteles defendía que el honor es esa cualidad que procede de un obrar virtuoso. Y el obrar virtuoso, el obrar por los demás, es el obrar por la política. Es el ejemplo público. Estoy convencido de que ahora mismo hay mujeres y hombres políticos, muchos, que así lo entienden; son políticos responsables que todavía pueden liberar a la política del declive que soporta.* Analista