HA corrido ya bien de tinta con lo de Alsasua, pero supongo que a los que se están comiendo semejante marrón no les importará que corra todavía más. Vaya por delante, para los que necesiten poner en contexto este artículo, que utilizo números rojos para medir la simpatía que me producen los libertadores que anteponen la libertad de un pueblo a la de los individuos que lo componen. Detalle este que, en cualquier caso, no me hace confundir patos con elefantes ni a ver libertadores de esos hasta debajo de las piedras como constantemente se empeñan en hacer muchos medios de comunicación y muchos políticos impresentables e irresponsables. Quien necesite contextualizar más puede recurrir a las hemerotecas de hace 32 años, pero sustancialmente las cosas son parecidas.

La ingenuidad no tiene lugar aquí, todos sabemos que las megamentiras no son un invento nuevo, aunque ahora se les llame fake news. Pero por momentos uno siente que en los últimos tiempos estas suben un peldaño en la escalera del descaro. Innumerables veces a lo largo de este ya largo proceso uno enciende la tele y se encuentra en la pantalla con pseudopolíticos chupando como sanguijuelas sangre de otros y queriendo exprimir hasta el infinito la inacabable naranja vasca. Entonces, asqueado, coges el mando a distancia, cambias de canal y te encuentras a una banda, y digo banda porque es lo que son, una banda de tertulianos, en ocasiones pagados con dinero público, honorablemente presentados ante las cámaras, y todos ellos con cara de personas responsables, razonables y respetables, llenándose la boca de gilipolleces y mentiras sobre la santa imparcialidad de la justicia y la gravedad de unos hechos que todos, y digo todos, si bien no saben lo que fue (me incluyo, yo tampoco estaba allí) saben perfectamente lo que no fue.

El caso sería realmente de risa si no fuese porque hay gente pudriéndose en la cárcel a cuenta de la gracia esta. Los políticos, periodistas y otros actores públicos que denuncian de diferentes formas la desproporcionalidad de las penas tal vez por su condición deban hablar guardando las formas y con cierta moderación pero a otros no nos toca más remedio que hacer el papel del que dice eso de que “el rey está desnudo”. ¿Pero quién se puede creer que de una agresión de energúmenos a las tantas de la mañana se sale así si de una simple pelea contenida se sale demacrao? Ahora va a resultar que se trató de un altercado a lo James Bond de los que se sale con la camisa impoluta. Ataque por delito de odio... ¿Dónde se ha visto que en una pelea te ataquen al tobillo? ¡Qué sarta de ridiculeces y absurdos en los solemnes juzgados! Durante aquellos días hubo un altercado grave, sí. Unos niños dieron una paliza a un compañero de colegio. No recuerdo cuántos días estuvo ingresado en la UVI o en la UCI, cualquier periodista puede ayudarme con la hemeroteca. Ese hubiese sido el desenlace de un altercado grave.

Todos lo saben, todos saben lo que no pasó, pero todos mienten descaradamente; lo saben los jueces, que también saben que han reventado de paso la confianza de muchos miles de personas en la ya tocada justicia, incluida hasta la confianza de los que aplauden sus decisiones, que tontos no son y se dan perfecta cuenta de lo que está pasando aunque ello les favorezca. Lo saben los tertulianos que siguen con su charlatanería, su bla, bla, bla y su inquebrantable respeto a las decisiones judiciales. Y lo saben mejor que nadie los irresponsables pseudopolíticos que, a falta de ideas, siguen queriendo sacar provecho como sea de la inagotable ya mentada naranja vasca y son capaces para ello de plantarse a dar mítines en la misma villa y, en el sumun del surrealismo y el sarcasmo, a grabar una entrevista en el mismísimo lugar de los hechos.

Y hasta aquí hemos llegado. La mentira existía, claro, pero ¿así de descarada y sin consecuencias negativas para quienes la utilizan? Tell me lies, decía la canción y, sí, ese es el problema: si a tus seguidores no les importan tus mentiras y a ti te benefician, todos a mentir. Y si quedaba algún resquicio sobre esto de la mentira, va y se planta Fernando Savater hace un par de meses ante las cámaras de una televisión nacional y esto ya parece la canción del autobús, aquella que cantábamos cuando nos llevaban de excursión en el cole. Se pone a hablar sobre hechos que ocurrieron en Ordizia hace ya más de 30 años... miente... nos calumnia de paso a todos los hermanos de Yoyes... -según lo que digas la mentira puede ser algo más que lo opuesto a la verdad- y se queda tan pancho. Y uno, atónito, se pregunta: ¿cómo es posible que un filósofo, capaz de escribir Ética para Amador, entre también al trapo de las mentiras con semejante desparpajo? Uno le escucha alertando con sólidos argumentos sobre el peligro de los nacionalismos en innumerables manifestaciones por todo el país -y digo lo de sólidos sin segundas intenciones- y se queda estupefacto al cuadrado viendo agitarse delante de él, según habla, una multitud de banderas que solo se diferencian de las que representan a los nacionalismos que está criticando en el tinte que le han dado a la tela y en el tamaño del territorio que reivindican para sí sus portadores. Y sí, y él se queda tan pancho, debe de ser eso lo que expresa su cara. Cuando lo ves además alimentando in situ la gran mentira de Alsasua uno ya solo pide que Shakespeare intervenga.

No soy periodista ni novelista, es decir, me cuesta escribir, pero no me he tomado este trabajo para expulsar la rabia, para eso hay otras técnicas. El motivo ha sido la inquietud que produce observar qué fácilmente se imponen en el espacio público actitudes de confrontación reforzadas con falsedades de catálogo frente a la obligatoria actitud de reflexión y razonamiento, además y sobre todo, de las consecuencias que esto puede tener en el futuro. Y el objetivo, que es muy simple, como no soy político lo voy a decir claramente. No me dirijo a los que con sus más y sus menos pueden estar previamente ya de acuerdo con el contenido de esta carta y a los que por otra parte no les aporta gran novedad. Tampoco a los que sé ya de antemano que nunca van a llegar a leerla. Me dirijo a los “españoles de buena fe” que han llegado hasta estas líneas. Tanto a los patriotas, a los que se sienten orgullosos de serlo, como a los que aun sabiendo sentirnos orgullosos de lo que conseguimos por nuestro propio esfuerzo no terminamos de pillarle el rollo a eso de sentirse orgulloso por algo que te han dado hecho, como el sexo, la raza, la nacionalidad o el color del pelo. En definitiva, me dirijo a personas con DNI “nacionalidad: española” y con el denominador común de “buena fe” para que reflexionen si han dado el voto a individuos irresponsables que en el logro a cualquier precio de sus intereses particulares no vacilan en redirigir la historia de España hacia el muro de los garrotazos de Goya.