QUE está visto que para otros son pocos o ninguno. Me explico o cuando menos voy a intentarlo.

Para empezar, llama la atención que cuando los autores de una masacre son musulmanes, la calificación mediática y política de los hechos es de atentado terrorista cometido por fanáticos religiosos, mientras que en un caso como el de Nueva Zelanda es de “tiroteo” cometido por desequilibrados mentales (a fin de cuentas son blancos), algo que no pasa con los musulmanes.

No creo que esta reflexión sea vitriólica en exceso, más bien se trata de una paradoja que invita a reflexionar sobre el tratamiento mediático y social que damos a los horrores de nuestro tiempo.

Interesan los muertos venezolanos, pero muy poco los mexicanos en la imparable sangría que padece México, y mucho menos los de Haití, un país al que no se asoma nadie porque no trae cuenta. ¿Yemen? ¿Je suis Yemen? ¿Je suis Malí cuando toca? No, ya sabemos que no. No son los únicos. ¿Irán? ¿Qué pasa en Irán? Esos lugares remotos no son el escenario del turismo parisino, ni el Londres del shopping feroz en el que pueden apuñalarte por vete a saber qué motivo. Todo depende de quién ponga en valor esas vidas humanas y a quién le reporta beneficio su tedeum.

Y si esa muerte que no cesa es según y cómo, por lo que respecta a lo sucedido en las mezquitas de Nueva Zelanda causa espanto el ver cómo los autores del atentado reciben apoyo expreso en las redes sociales, algo que ya viene de lejos, que estaba y está en el aire por parte de quien piensa que los atentados de integristas musulmanes merecen una respuesta violenta inmediata, nada de pacífica coexistencia, ni de alianza de civilizaciones ni de un estado de la cuestión que cuesta nombrar porque no sabemos. Islamofobia y supremacismo, asunto este último del que no se hablaba, tal vez porque era algo plenamente asumido, una forma etnocéntrica de pensar y entender el mundo que ha traído más problemas de los que podemos digerir y que solo ha remitido o fracturado tras intensos debates y logros sociales y culturales.

Onfray, en Francia, hablaba desde hace mucho de guerra civil al hilo de los atentados que ha habido en territorio francés. La verdad es que con ese clima de encono y de acción-reacción, e insatisfacción de un parte de la ciudadanía, hasta induce a pensar que es raro que hayan tardado tanto en salir a escena los fanáticos que piden mano dura contra el inmigrante, el magrebí, el “moro”, el islamista, el que practica de manera estricta otra religión y cuya cultura choca con la propia. Hay mucho matamoros suelto, más de lo que pensamos. Que no pasen a la acción violenta es otra cosa. Por el momento, votan, y tienen a quién votar porque confían en la propuesta de leyes delirantes y represivas y se contentan con berridos e insultos xenófobos e islamófobos... tan corrientes, tanto, en los escenarios de la poca cultura y menos instrucción; sí, pero no solo ahí.

Ahora toca lamentar la muerte de las personas asesinadas en Nueva Zelanda, mañana ya veremos. El mañana, con sus horrores a fecha fija, nos pone a prueba. Confiamos en que, por nuestra seguridad, hay campañas preventivas de limitado alcance, estados de alarma que son casi de guerra, que pueden protegernos, aunque en la práctica no nos protegen o no del todo. La prueba es que por muchas medidas de seguridad que haya y controles de servicios de inteligencia, los atentados se suceden. Nunca estuvo como ahora tan claro el no saber ni el día ni la hora. Causa alarma saber que la peligrosidad de los autores de atentados suele ser conocida por los servicios de inteligencia, o eso dicen.

No me queda duda alguna de que habrá atentados terroristas de signo islámico, pero me temo que los de los islamófobos no han hecho más que empezar, por mucho que los aparquen al rincón de los cuatro gatos y los casos excepcionales. Con el odio y la barbarie que en él se apoya no hay casos excepcionales que valgan ni minorías desdeñables.* Escritor