LOS datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) referidos al último trimestre de 2018 ratifican la tendencia de creación de empleo que permite a Euskadi situarse con una tasa de paro por debajo del 10% (9,58%). Se confirman así de nuevo por adelantado las previsiones realizadas por el Gobierno vasco para el final de la legislatura y se cierra el primer ejercicio desde el inicio de la crisis hace ya más de una década con menos de cien mil desempleados (98.700, casi diez mil menos que un año antes). Ahora bien, la tendencia positiva del empleo, que se va acercando al millón de ocupados (930.600, 14.800 más que en 2017), también presenta otros aspectos a tener en cuenta y que invitan a no bajar los brazos. No solo por la ralentización de la economía que se anuncia y su incidencia en el mercado de trabajo o por la comparación de los porcentajes del tercer trimestre con los del Estado que algunas centrales sindicales han esgrimido obviando la situación global que los determina -la tasa de paro es 5 puntos menor en Euskadi-, sino en cuanto a la calidad del empleo, su distribución sectorial y su homogeneidad en toda la pirámide demográfica. Son características que se mantienen en el tiempo, que se repiten en la creación de empleo del Estado y también, aunque en menor cuantía y relevancia, en Euskadi. Así, el impulso se apoya en el incremento del empleo público; se da una pérdida de puestos de trabajo (15.400) en el sector industrial; existe una persistencia del paro de muy larga duración (un tercio de los desempleados lleva ya más de dos años en esa situación) o una escasa recuperación del empleo de jóvenes menores de 25 años. Sin obviar que el aumento de la contratación indefinida se acompaña de un incremento de la tasa de temporalidad (26,5%) y del número de ocupados a tiempo parcial (16,4%), en ambos casos con una incidencia especial en el caso de las mujeres (29% y 26% respectivamente). Son datos que deben matizar el razonable optimismo del descenso del desempleo por la propia inestabilidad que dibujan y por su incidencia social, reflejada tanto en el nulo repunte de la creación de nuevos hogares como en su incidencia en el sistema de previsión, toda vez que el aumento del número de cotizantes no se corresponde, en cuantía de cotizaciones, con las necesidades que plantea el mismo.