La cría de cuervos es una práctica altamente peligrosa, especialmente en el ámbito de la ornitología política. Lo que en un principio no dejan de ser unos polluelos acurrucados en el nido, temblorosos y aparentemente desvalidos, crecen rápidamente si se les da el alimento y los mimos adecuados. La derecha española se ha cuidado siempre muy mucho de no espantar, y menos eliminar, a los polluelos de cuervo posfranquista que han ido afianzándose en su regazo: empollados primero a huevo; nutridos luego con sus mejores delicatessen de sapos y culebras; lanzados al vuelo después para asustar a algún petirrojo, y vigilados siempre a vista de pájaro por si hicieran falta como infantería de pluma negra... hasta que los cuervos han visto llegado el momento de sacarles los ojos a sus criadores. La derecha española era hasta hace bien poco una anomalía en Europa: era una y grande bajo el ala de la gaviota popular. Ya lo dijo el gran pájaro de mal agüero José María Aznar: “Yo dejé un espacio electoral unido y ahora ese espacio está troceado en tres”. Ese es el reconocimiento de su pecado original: Vox, la ultraderecha que vuela alto hoy en el espacio político español, era parte de su bandada, de su familia. Él se encargó de darles el suficiente cariño, unas veces a escondidas, otras a las claras, para que no se escaparan. Ahora, Aznar y sus discípulos temen que les desplumen. En Andalucía han empezado ya los picotazos. Aquellos polluelos son hoy unos pájaros de cuidado.