Torear de perfil
EN la vida todo se torea. La popular frase, atribuida a Rafael Gómez Ortega El Gallo, refleja a la perfección la idea vital de que hay que afrontar las embestidas -unas, nobles; otras, más traicioneras- que de manera recurrente nos amenazan en el día a día. La clave es asumirlo y enfrentarse a las dificultades y las puyas con nobleza, templanza y vergüenza torera. Una actitud que, aun no siendo exclusiva del mundo taurino, sí debiera caracterizar el proceder de quienes integran, de un modo u otro, este mundo. Lo que todo el mundo entiende coger al toro por los cuernos. Pero “al toro por el cuerno y al hombre por el verbo”.
En un artículo titulado El pase de la alevosía (DEIA, 16 de agosto pasado), Andrés Duque Alfonso (yo tampoco “voy a ocultar el nombre”), perito mercantil, novillero que pese a sus esfuerzos no consiguió llegar a torero y crítico taurino de afilada pluma en retirada, ejecuta a la perfección lo que sugiere el título de su escrito: se pone de perfil, agazapado tras un par de antiquísimos elogios de hace más de medio siglo que cuando era “un principiante” le regaló un reputadísimo escritor taurino, para arremeter de manera alevosa y falsaria con intenciones probablemente espurias. O no tanto. Como propinar en mi trasero una patada dirigida a otros.
El diccionario de la RAE define alevosía como “Cautela para asegurar la comisión de un delito contra las personas, sin riesgo para el delincuente. Es circunstancia agravante de la responsabilidad criminal”. En una segunda acepción, acota: “Traición, perfidia”. Bajo ambas definiciones y prismas se debe leer El pase de la alevosía.
En primer lugar, Duque nos cuela parte de una crónica con el mismo titular publicado por Alfonso Navalón en el semanario taurino El ruedo, fechado el 29 de diciembre de 1964. ¡Ya ha llovido! Hay una parte del contenido que no reproduce y que yo me permito hacerlo, porque es elocuente: “La alevosía es una agravante (...) en la que el delincuente trata de asegurar la agresión eludiendo toda posible defensa del agredido. Cuando el torero cita desde la pala del pitón o desde la tabla del cuello, me recuerda al individuo que se esconde detrás de una puerta para apuñalar a su víctima. Porque eso es el pase perfilero: una puñalada alevosa a la verdad monda y lironda de dar el pecho y respetar las distancias. El torero perfilero se esconde detrás del viaje quedando fuera de la jurisdicción agresiva del toro”.
En su citado artículo, Duque me acusa de manera falaz de estar “bajo el paraguas” de “un rico mexicano”, citándome expresa y arteramente con mi nombre, dos apellidos y mote (yo jamás lo haría con el suyo) con el único objetivo de agredir y hacer daño. Sobre todo a mi familia, y eso no se lo puedo perdonar. Sabe que, como tantas veces en su vida, conmigo ha vuelto a pinchar en hueso. Miente. Lo hace a sabiendas y, de nuevo, con el agravante de la alevosía, escondiéndose e insinuando algo muy feo y que muy probablemente tendrá que probar en un juzgado porque, aunque no voy a entrar al trapo, todo tiene un límite. Las acusaciones se prueban. Si no, son “una puñalada alevosa a la verdad monda y lironda”. Ni siquiera conozco a los mexicanos ni tengo más paraguas que mi trabajo y mi trayectoria. Y, además, no necesito cubrirme ante el sirimiri. Es más, agradezco la lluvia. Alivia los bochornos.
Si el señor Duque -a quien, por cierto, he ayudado en alguna ocasión en otras facetas de la vida, que suele dar muchas cornadas- cree que tiene algo positivo que aportar de cara al futuro (pero de cara, no de perfil), que dé un paso adelante, que arriesgue, que actúe. Que por fin coja el toro por los cuernos. Que se responsabilice. Porque, como escribí a Navalón entonces y aún tiene plena vigencia, “abusar de la trampa por falta de vergüenza artística para afrontar el riesgo puede admitirse en una tarde de desgana, pero jamás como norma cotidiana en la carrera de un torero”. Mientras tanto, asunto zanjado.