EL castigo que venía gestándose en la última semana se materializó ayer con la pérdida de Pedro Sánchez de la votación parlamentaria en el Congreso sobre su propuesta de techo de gasto. La situación es fruto de un doble exceso de gestualidad que deberá ser analizado tanto por quienes han perdido esa iniciativa como por quienes, presuntamente, la han ganado. En primer lugar, la tentación de ejercer de “hombre de estado” ha llevado a Sánchez a actuar unilateralmente primero en la negociación con la Comisión Europea en relación a la senda de reducción del déficit y luego en la fijación de una referencia de gasto presupuestario para el año próximo. La dimensión real del grupo parlamentario que sustenta a su gobierno hubiera debido recomendarle buscar previamente un consenso suficiente para no convertir su decisión en una exigencia a terceros. Menos aún en un entorno en el que, a corto plazo, girarle un castigo parlamentario como el que le han aplicado Podemos, y el soberanismo catalán es casi gratuito. La consecuencia inmediata de la votación de ayer no es más que la apertura de un período de un mes en el que el Ministerio de Hacienda tendrá que presentar una nueva propuesta, como ya lo ha anticipado su titular. Por tanto, Sánchez se ha visto sometido a un castigo, un cierto baño de realidad, pero tiene margen para enmendarlo. No obstante, también quienes han optado por esa vía deberán reflexionar al respecto. El criterio aplicado es de política de corto plazo y no es fácilmente explicable a los ciudadanos en términos de bienestar. Un aumento del techo de gasto unido a una relajación del déficit se traduce en recursos. Cierto es que hay que dotarse de esos recursos porque no basta con fijar una cifra de ingresos para obtenerla y hay una necesaria actuación fiscal que los proporcione. Pero, en todo caso, ni Podemos, que reclamaba un aumento desproporcionado de ese techo -15.000 millones de euros frente a los 5.200 que proponía el Ejecutivo socialista-, ni los partidos catalanes han definido una fórmula diferente ni el modo de garantizarla. Su abstención es un bofetón directo al mentón de Sánchez pero no deberá ser una postura enrocada si no quieren tener que explicar a sus propios votantes un horizonte de rigor en el gasto que impida paliar las limitaciones de los servicios públicos que ellos mismos denuncian.
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