EL diputado general de Bizkaia, Unai Rementeria, puso ayer el dedo en la llaga y lanzó ante los agentes sociales, económicos y políticos del territorio el guante de uno de los principales debates socioeconómicos de nuestro tiempo: la sostenibilidad de un sistema de pensiones dignas. Rementeria hizo pública su propuesta de alternativas a las dificultades que vive el sistema público de pensiones. Una alternativa en un asunto incómodo en el que hay una exigencia máxima y muy pocos razonamientos capaces de encarar la realidad demográfica del problema: la menguante natalidad crea una tensión severa en el modelo de solidaridad intergeneracional en el que se basa el pago de las pensiones. Se puede volver atrás en el debate cuantas veces se quiera pero en algún momento habrá que avanzar propuestas. El diputado de Bizkaia dejó nítidamente expuesta su visión de una estructura universal que perpetúe el sistema del que nos dotamos y que debe consolidar el derecho a una pensión digna garantizada por los poderes públicos. Los mecanismos para garantizarlos son escasos: cotizaciones e imposición fiscal. Se pueden pintar de muchas formas: incidir sobre el peso que las cotizaciones deben tener para equilibrar el coste del empleo con las necesidades de la Seguridad Social; apostar por una mayor presión fiscal para obtener recursos que compensen las bajas cotizaciones; y, en tercer lugar, los sistemas de capitalización. Seguramente, ninguna de estas fórmulas será sostenible sin las otras dos. Satanizar los modelos de capitalización, como son las EPSV a las que aludía Rementeria tiene un recorrido muy corto. No implica privatizar el sistema de pensiones siempre que se mantenga el compromiso de asistencia universal. Pero los números son obcecados. Viene un período complicado en el que, sencillamente, no va a haber un volumen de población activa suficiente para cubrir las pensiones en importes considerados dignos. Sólo una inmigración sistemática y un tejido productivo mucho más extenso lo pueden aportar. Ninguno de estos condicionantes se van a satisfacer en la próxima década, cuando las cuentas de la jubilación entren en situación crítica. El debate está abierto y se ha propuesto una alternativa. Ahora es tiempo de que se afronte sin dogmatismos y con vocación resolutiva.