LA propuesta de Crida Nacional que auspician Carles Puigdemont, Quim Torra y Jordi Sànchez con el objetivo de aglutinar las sensibilidades del nacionalismo independentista catalán en torno a un movimiento político que trascienda las siglas de los partidos es una apuesta que podría transformar completamente en panorama político local pero igualmente podría fracturar el frente del procès. Un movimiento de esas características, podría arrastrar al Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT) más por la inercia de mantener la mínima cohesión interna de sus corrientes que por consolidarse como el núcleo políticamente estructurado de la iniciativa. El riesgo de diluirse en ella es real. La inercia ya jugó su partida en las últimas elecciones catalanas, cuando las circunstancias derivadas de la intervención del Estado dieron lugar a una iniciativa capitalizada por el propio Puigdemont, a la que debió prestar todo su apoyo el PDeCAT por razones obvias pero que dio lugar a una candidatura y al subsiguiente grupo parlamentario, Junts per Catalunya (JxCat) que constituye una realidad casí alternativa o cuando menos no plenamente alineada con el partido. La iniciativa de la Crida puede consolidar el liderazgo de Puigdemont en ese movimiento pero conlleva el riesgo de no concitar la transversalidad que proclama y convertirse, de facto, en la materialización política de lo que ya es JxCat: un proyecto escasamente estructurado sin una dirección política específicamente definida y que, lejos de ampliar la base social, distancia aún más a las diferentes familias del soberanismo catalán. Ocurrió con ERC, que sigue sin confiar en una iniciativa que considera demasiado personalista y vinculada a un pulso interno por la herencia de Convergència. Si así fuera, si la Crida Nacional se convierte en la herramienta que consolide a un determinado sector de esa sensibilidad pero ni atraiga al resto de partidos soberanistas y sí provoque un cierto desgarro interno entre dirección y críticos del PDeCAT, la transformación del espacio político soberanista se habría completado en la dirección inversa a la confluencia que se predica. Un riesgo que deberá medirse más allá de liderazgos y simbologías coyunturales asociadas a personas emblemáticas en un momento de un procés que aún no está claro si son capaces de impulsar o atascar.