EN las últimas semanas, el tema que nos ha ocupado y preocupado largamente, Catalunya, parecía haber dejado paso a otras noticias y preocupaciones que probablemente tengan un rango superior en el orden de importancia para nuestra sociedad.
La imponente movilización del pasado día 8 ha dejado claro que la mujer, si existía alguna duda, ha decidido romper amarras definitivamente en su camino hacia la igualdad total y la justicia real. El escepticismo que provocó en muchos la convocatoria en esa fecha de una huelga general de mujeres, convocada no por los sindicatos de clase sino por las organizaciones feministas, ha dado paso a la perplejidad y al aturdimiento ante el éxito de la misma. Incluida una izquierda de este país que lleva tiempo abandonando los viejos esquemas de intentar transformar la sociedad, sustituyéndolos por apenas interpretarla.
Que más de seis millones de personas la hayan secundado, la mayoría mujeres pero también muchos hombres solidarios con su lucha, que centenares de miles inundaran nuestras calles, demuestra que un nuevo mundo se está gestando. Un mundo de iguales donde el hombre y la mujer ya se están relacionando camino de los mismos derechos, las mismas condiciones. Eso resulta ya imparable y a quien intente hacerlo la ola se le llevará por delante.
El día 9 todos -utilizo el masculino excluyente adrede- amanecieron feministas, hasta la propia derecha de PP y C’s, abrumada por la presión, cambiaba de manera oportunista el paso. Incluso la izquierda sindical y política, tarde como últimamente suele suceder, intentaba arrimar el ascua a su sardina ignorando que los errores siempre se pagan. Porque todos, absolutamente todos, han llegado con retraso a esta lucha. Probablemente serán bien recibidos, todo apoyo viene bien, pero de la misma manera es probable que las mujeres en este futuro que se les abre, nunca olviden quienes las abandonaron en épocas anteriores. El 8 ha pasado y ahora queda lo más difícil, gestionar el día después para no dilapidar el activo generado y eso solo puede hacerse desde la unidad de quienes, mujeres y hombres, creemos en las reivindicaciones que poblaron ese día.
Esa inmensa movilización está coincidiendo con la de otro colectivo en el que, de la misma manera, las más desfavorecidas siguen siendo las mujeres: los y las pensionistas que después de demasiado tiempo dormitando están comenzando a desperezarse.
Porque justo a continuación, sin apenas tiempo para asimilarlo, el 17, de nuevo han salido a las calles hombres y mujeres, jubiladas y en activo, para defender el sistema público de pensiones en peligro ante una agresión de la derecha sin precedentes.
Ha sido una movilización masiva de la generación que luchó contra el franquismo y fue capaz de traer la democracia a nuestro país y que ha soportado el peso de las economías domésticas durante la crisis.
Allí en las calles, como en los tiempos duros esos “viejos rockeros y rockeras” que nunca mueren, han lanzado al gobierno de Rajoy y a sus lacayos el mensaje de que les va a costar mucho doblegarles, que han decidió volver a la lucha para vencer y conseguir lo que es justo, unas pensiones dignas y su revalorización, tal como recoge la Constitución.
Nuevamente aparece en escena esa norma consensuada hace 40 años pero ya obsoleta. Antes, salió a consecuencia del modelo de Estado, en esa batalla inconclusa entre una monarquía desvalorizada y amortizada y una república democrática y moderna. Después, con la necesidad de transformar nuestro país hacia un Estado Federal Plurinacional que pueda recoger los viejos anhelos de la periferia. Y, por último, la demanda nacida al hilo de estas movilizaciones para blindar esas pensiones y su revalorización a través de recogerlo en dicha norma. Los jubilados y jubiladas no solo han reivindicado que se les revalorice sus pensiones con arreglo a la subida del IPC, sino que se les ajuste a las subidas de lo más básico, luz, gas, cesta de la compra, que han experimentado subidas muy superiores al mismo. Pero, por primera vez, han añadido esa garantía novedosa de que sean blindadas a través de su inclusión en la mayor norma de la que nos hemos dotado en nuestra democracia.
Así estos días 8 y 17 han visualizado a dos colectivos que suponen la mayoría abrumadora de la sociedad actual. Que tienen en su mano un arma poderosa, la que más aterroriza a los partidos políticos, el voto. Capaces de cambiar gobiernos y dar la vuelta a encuestas y mayorías. Mucho enfado colectivo, aunque como analiza inteligentemente el profesor Innerarity, “convertir la indignación en una fuerza transformadora puede resultar más difícil de lo que pensamos”.
¿Quién puede llevarse el activo de estas movilizaciones y, por lo tanto, conseguir esa transformación? Observando el panorama actual, parece que nadie. Ni una derecha oportunista que ha cambiado no porque considere justas sus reivindicaciones sino porque teme la huida de esos votos, ni una izquierda incapaz de articular mensajes mínimamente creíbles después de un tiempo en el que ni estaba ni se la esperaba. ¿Se va a perder todo ese potencial diluido por el paso del tiempo, o por el desencanto de la falta de alternativas? Es un peligro, excepto que de una vez por todas, esa izquierda ahora inerte y noqueada sea capaz de reaccionar articulando un mensaje novedoso, unas propuestas creíbles e ilusionantes que vuelvan a enganchar con ambos colectivos. Siempre con una premisa previa; siendo capaces de llevarlas adelante de manera conjunta, sin enfrentamientos cainitas y ni anteponer intereses electoralistas.
Pero no es posible resumir marzo sin una reflexión al hilo del impactante caso del niño Gabriel, en Almería. Debemos evitar que el impacto de esta noticia en una sociedad morbosa, dominada por unos medios de comunicación que solo ofrecen carnaza y no una reflexión serena, nos lleve a conclusiones extremas, en algún caso cercanas al fascismo, al racismo y la xenofobia. Abrir debates viscerales en pleno estado de shock no es lo más aconsejable. Por eso, el mensaje lleno de sensatez en pleno dolor de esa madre rota adquiere un valor fundamental, sirve de ejemplo para los demás.
Ver a las turbas a la puerta de la comandancia de la Guardia Civil pretendiendo tomarse la justicia por su mano estremece. Escuchar a políticos oportunistas intentando aprovecharse del impacto emocional social para arrimar el ascua a su sardina, especialmente en el debate de la prisión permanente revisable debe preocuparnos.
Es cierto que, como decía Hannah Arendt en su teoría de la banalidad del mal, este existe en el ser humano, incluso trascendiendo a lo ligado a enfermedades de la mente. La psicopatía, la falta absoluta de empatía, forma parte de la humanidad en sus diferentes grados, pero todo ello no se soluciona ni con cadenas perpetuas ni con penas de muerte. Utilizar el dolor de gentes como los padres de Mari Luz Cortés y Marta del Castillo, el padre de Diana Quer o las madres de Ruth y José y de Sandra Palo es deleznable y éticamente reprobable.
Incluso se corre el peligro de intentar tapar las movilizaciones de mujeres y pensionistas manipulando este tema a la espera de que vuelva su juguete favorito: Catalunya.
Por eso, urge que la izquierda sindical y política una sus fuerzas para situar las justas luchas, las reivindicaciones, en el primer plano de la actualidad social trasladándolo a la política, al ámbito donde en democracia se deciden las cosas, el Congreso y en un estadio superior a la consecución del poder para poder ejecutarlas. Solo unidos se podrá dar satisfacción a las demandas sociales.
¿Sitúa lo sucedido durante este mes de marzo a nuestro país en el camino de una nueva era? Si la izquierda es capaz de conseguir la demandada acumulación de fuerzas, indudablemente sí. De lo contrario, estamos condenados a una nueva mayoría absoluta de la derecha de PP y C’s (qué más da si son galgos o podencos) y a que mujeres, pensionistas o derechos humanos sufran las consecuencias de su incompetencia.
Mientras tanto, el salvavidas de Rajoy y Rivera, Catalunya, se activaba de nuevo con el pleno celebrado el último jueves, la huida de Marta Rovira, el enjuiciamiento de todo el Govern, el procesamiento del que era candidato a presidir la Generalitat, Jordi Turull, y de Forcadell, Rull, Romeva y Bassa y la euroorden y arresto en Alemania de Puigdemont. De nuevo el huracán que viene de allí amenaza con sepultar el resto de reivindicaciones.