SI hay algo desgarrador en el comportamiento humano es la pérdida irreparable de un ser querido. No hay nada que mitigue la angustia y el sentimiento de vacío que la muerte ocasiona. Sobre todo, cuando el paso de la vida a la muerte transcurre en un suspiro, por mucho que la enfermedad o el deterioro físico de la persona se prolongara en el tiempo. No ha sido este el caso. El tránsito fue rápido. En apenas cuatro días, Mari Tere, nuestra madre, se apagó definitivamente. Su ausencia nos ha ahogado de emoción en un duelo intenso que pertenece al ámbito privado, personal e intransferible de cada uno de nosotros. Pese a ello, y no sin dificultad, me permito, una vez más, traer a Mari Tere hasta estas líneas como hiciera en numerosas ocasiones anteriores. Ama aparecía en mis escritos a pesar de ella y para dejar constancia de vivencias, sensaciones, opiniones, de una filosofía de vida corriente. De sentido común. De supervivencia. De ironía. De sencillez. De autenticidad.
Cada vez que echaba mano a sus anécdotas, a sus dichos o a sus quejas, lo hacía a sabiendas de que mucha gente que leía mis comentarios se sentiría identificada por aquellas ocurrencias. Y no me equivocaba demasiado. No fueron pocos los lectores que de alguna manera me hicieron llegar sus coincidencias. Muchas madres de este país, crecidas en las necesidades de la posguerra, limpiaban las raspas de los pescados mientras el resto de la familia se alimentaba con las carnes más suculentas. Numerosos fueron los núcleos de convivencia que sobrevivieron con una economía del aprovechamiento con ropas que pasaban de primogénitos a benjamines gracias a los apaños caseros artesanales. Abrigos, botas, camisas... que se transferían de uno a otro como lo hacían los libros de texto e incluso los juguetes. Muchas fueron, también, las mujeres que trabajaron en fábricas a destajo y se dedicaron después en cuerpo y alma a sacar adelante una prole a la que nunca le faltó de nada para cubrir sus necesidades vitales. Parejas con cuatro hijos en una vivienda de 60 metros cuadrados. Sin lujos, sin excesos y sin carencias artificiales. Familias con arraigo. Con valores. Con respeto a los mayores.
Mari Tere era única y, al mismo tiempo, común a otras madres. Única para nosotros, hijos, hermana, nietos. Pero también fue como otras amatxus porque sus preocupaciones fueron comunes. Recuerdo el día que recibió la carta de un ministerio por la que se le notificaba un incremento económico en la pensión. ¡Un euro! Costaba más la carta, el sobre, el envío postal, que el miserable euro de aumento con el que sacaba pecho el gobierno de turno. Y ella protestó. Lo hizo airadamente, pidiéndome que lo reflejara en mis artículos. Fue la única vez que quiso publicidad. Yo lo hice y la denuncia la trasladó al Congreso de los Diputados Aitor Esteban, quien en una comparecencia de Rajoy dijo al inquilino de La Moncloa lo que palabra por palabra había pronunciado la indignada pensionista Amarika Ibarretxe. A esta no le gustó la respuesta del presidente gallego. Ni la arrogancia con la que los populares despreciaron la denuncia de los pensionistas. Según los de Génova 13, los jubilados deberían estar agradecidos al PP por subirles la paga. Entonces, Mari Tere echó mano de una de sus refranes favoritos y como Esopo en sus fábulas sentenció: “Alábate mierda que el agua te lleva”.
No quisiera alargar más esta mención que simplemente pretende servir de agradecimiento a cuantas muestras de cariño y cercanía hemos tenido en estos días los herederos de Mari Tere. Un buen amigo, que no conocía a mi madre más allá de mis artículos, me indicó que todo lo esencial, todo lo grande, tiene su origen en que las personas se forjan en un hogar y ese hogar está sostenido por una madre. Sí. Es verdad. Somos la confirmación, los testigos vivos, de la sustancia de quienes nos precedieron y de los que nos sentimos orgullosos y conmovidos. Joxean Artzek esan zuen bezala, “Iturri zaharretik edaten dut, ur berria edaten, beti berri den ura, betiko iturri zaharretik” (De la vieja fuente bebo, bebo el agua nueva, el agua que siempre es nueva, de la fuente que siempre es vieja).
Agua nueva de la fuente vieja. Magnífica metáfora que nos sirve para subrayar la evidencia de la continuidad de lo esencial, de lo importante. Los eslabones de una cadena que se entrelazan vigorosamente entre el pasado y el futuro. Y en ese ámbito, entrando en harina, encontramos también las nuevas propuestas que en relación a la actualización del autogobierno vasco se han presentado en la ponencia correspondiente del Parlamento Vasco.
El miércoles conocíamos las propuestas que las formaciones con representación parlamentaria en Gasteiz habían elaborado sobre la actualización y profundización del autogobierno vasco. Se cumplía así con nuevo trámite en el proceloso camino de alcanzar un nuevo acuerdo entre vascos que pudiera servir para una fructífera y pactada fórmula de convivencia política entre Euskadi y el Estado. Así, cada cual aportó lo que, a su juicio deberán ser las bases de un renovado marco jurídico a negociar en el Estado y posteriormente a refrendar por la ciudadanía de este país.
Evidentemente, hay diferencias constatables entre las propuestas remitidas a la ponencia. Pero, por encima de las lógicas discrepancias, y en la búsqueda de mínimo común denominador que posibilite un acuerdo, habrá que hacer mención al esfuerzo que todas las organizaciones políticas han hecho para alejarse de la teoría del veto o el numantinismo paralizante. Matizo. No todas las formaciones políticas han sido capaces de hacer aportaciones abiertas. Una, el PP, ha preferido cerrarse en banda y negar cualquier opción de avance. Lo intuíamos y, desgraciadamente, se han cumplido los vaticinios. El PP cree, legítimamente, que Euskadi no necesita modificar su marco de autonomía. Hasta ahí, bien. Lo que no parece tan adecuado es que, “para continuar con los trabajos, reflexiones y debates” solicite que la ponencia rechace “de manera expresa y rotunda la pretensión y /o posibilidad de incorporar en una posible reforma estatutaria el derecho de autodeterminación (también equivocadamente denominado derecho a decidir), por ser una figura sin encaje posible en nuestro actual ordenamiento jurídico, y por ser un elemento de enfrentamiento político y social entre vascos, así como generador de incertidumbre económica para Euskadi”.
Cerrar los ojos, actuar como si los problemas no existieran y pretender paralizar la vía parlamentaria es una irresponsabilidad fuera de lugar y a la vista están las consecuencias que actuaciones similares han generado, por ejemplo, en Catalunya, donde la quiebra del Estado de derecho y la crisis institucional sigue abierta en canal.
Aquí, en Euskadi, el momento de la verdad comienza a aproximarse. El PNV ha vuelto a hacer un notable ejercicio para llevar a la sede parlamentaria una propuesta que, sin colmar su ideario y desiderátum político, sí permita avanzar, desde posiciones legales y posibilitas, en una profundización del autogobierno vasco.
¿Cómo lo ha hecho? Proyectando el nuevo pacto político pretendido en la actualización de los derechos históricos reconocidos en la Constitución española y su vinculación a la voluntad democrática de la ciudadanía vasca expresada en la disposición final del Estatuto de Gernika. Un nuevo estatus de no ruptura adaptado a las nuevas formas de organización política, acordes con las circunstancias en las que van a desenvolverse el mundo y Europa en el siglo XXI. Es decir, entender un compromiso de unión pactado, acordado. Con respeto y reconocimiento mutuo y con garantías de cumplimiento por las partes. Es, en esencia, el retorno a la tradicional foralidad. Al ejercicio de soberanías compartidas que permitan una “unión” efectiva y voluntaria y no una “unidad” subordinada e impuesta. Derechos históricos-foralidad (viejas fuentes) para una nueva relación, un nuevo estatus de una sociedad capaz de decidir pactando (aguas nuevas).
No digo yo que el camino que resta para poder alcanzar un doble acuerdo -primero en casa, entre vascos, y luego en el Estado- vaya a ser sencillo. Al contrario, la tarea, a tenor de las circunstancias, se presenta dificultosa. Pero no podemos caer en el desánimo ni abatirnos ante las previsibles adversidades. Necesitamos hacer aflorar la política con mayúsculas. Con convicción, realismo y flexibilidad. Tres principios que aprendí en el hogar y que me enseñó como nadie Mari Tere.