Síguenos en redes sociales:

Un discurso para Europa

MACRON eligió con cuidado el foro, la universidad de la Sorbona. Aunque a los líderes estatales y vascos les sorprenda, son muchos los grandes líderes políticos que dan discursos importantes o anuncian grandes planes en las universidades. El general George Marshall presentó en la universidad de Harvard en junio de 1947 el Programa de Reconstrucción Europeo (más conocido como Plan Marshall), Winston Churchill dio un tremendo impulso a la idea europea con su discurso en la universidad de Zurich en septiembre de 1946. John F. Kennedy pronunció un discurso ante la American University de Washington, en 1963, que intentaba establecer las bases de la coexistencia con la Unión Soviética tras la crisis de los misiles de Cuba. Salvador Allende ofreció un discurso para el recuerdo en la universidad mexicana de Guadalajara el 2 de diciembre de 1972. El presidente Barack Obama dio en la universidad de El Cairo uno de sus más celebrados discursos, en el que proyectaba reconducir las relaciones entre Estados Unidos y el mundo árabe y musulmán.

El presidente Macron sabe que pocas cosas son tan europeas como las universidades. Desde la fundación de las primeras entre los siglos XI y XIII, las universidades han ido creando unas redes transnacionales de conocimiento a través de las cuales se han extendido y discutidos las ideas a través de las fronteras.

Para su discurso eligió una de las universidades más prestigiosas del mundo y en concreto su gran auditorio, envuelto por el enorme lienzo del Bosque Sagrado, de Puvis de Chavannes, que evoca los símbolos de la literatura, la ciencia y las artes. En medio del escenario, un sencillo atril perfilado discretamente con la bandera francesa y detrás una gran bandera europea proyectada en una gran pantalla flanqueada por detrás por las banderas de los 27 estados de la Unión Europea, pues no estaba la de los británicos.

En ese escenario tan sobrio y simbólico, el presidente Emmanuel Macron, de pie junto al atril, solo. Detrás de él, sentados, una veintena de estudiantes franceses y erasmus. Más de una hora de discurso apasionado, ordenado y con denso contenido, lleno de propuestas concretas. Después, los estudiantes pudieron hacer preguntas libremente y Macron respondió. Una hora y cuarenta minutos sin leer un papel.

El discurso comenzó con un diagnóstico de la actual Unión Europea. No se anduvo con rodeos. Afirmó que la Europa actual es frágil y está amenazada por graves peligros, entre ellos las tormentas de la globalización y diversos peligros ideológicos. En particular, citó el auge del nacionalismo estatal y el proteccionismo, ambos trufados de populismo. Repitió que éstas son viejas ideas, ya desgastadas, pero que pretenden simular ser novedosas. Y alertó de que consiguieron vencer en el siglo XX, provocando dos guerras mundiales, y pueden volver a vencer de nuevo si no se enfrentan correctamente.

El auditorio no pensó que estuviese exagerando. Nadie olvida en Francia la agónica batalla electoral en la que Macron pudo vencer a Le Pen y su Frente Nacional. “Y puede volver a vencer?”. Esas palabras asustan en Francia y deberían asustar en Europa.

Y entonces, ¿qué se puede hacer? Macron fue claro y contundente en su respuesta. Es necesaria una reactivación urgente y ambiciosa de la integración europea, una auténtica refundación de la Unión Europea. Sus palabras fueron: una Europa soberana, unida y democrática. Añadió que sólo esa Europa refundada puede asegurar la soberanía real.

Esto no son sólo palabras. Hay quien acusa a Macron de lanzar sólo bonitas palabras, de querer situarse en el foco, de adquirir protagonismo, de no calcular bien sus fuerzas? Puede ser cierto. Pero, antes de valorar todo eso, es preciso saber qué significa en Francia que un presidente de la república afirme, en el foro más solemne, que la soberanía real sólo puede ser europea. Emmanuel Macron afirmó sin ambages que la soberanía francesa sólo es formal, que ese poder efectivo de cambiar las cosas y gobernar sólo es posible en el marco de una Europa verdaderamente unida. Conviene recordar que la doctrina de la soberanía, acuñada a finales del siglo XVI por Jean Bodin, establecía que la soberanía es el poder absoluto y perpetuo de una república.

Para cualquiera que analice con cuidado la integración europea es obvio que ningún Estado europeo es ya soberano. Sin embargo, los discursos políticos están repletos de expresiones de un mundo que ya no existe. En los últimos años, la mayor parte de los gobiernos de la Unión Europea han tratado de recentralizar el poder dentro de los Estados y de recuperar poder de decisión en el ámbito europeo. Macron rompe con esa tendencia y habla con claridad de una evidencia: los Estados europeos son pequeños, débiles y frágiles. Sólo unidos tienen una posibilidad de retomar el control de la situación, de poder regular mejor los mercados, de poder transformar la realidad, de recuperar la voz en los grandes asuntos mundiales.

Y lo dice en París el presidente de Francia, país que inventó el concepto de soberanía, donde más que una doctrina política se ha convertido, después de 400 años, en sentido común. Macron ha sido valiente en decir esto a los franceses y europeos, tanto en su campaña electoral como después de la misma. La sorpresa es que los ciudadanos parecen apoyarle. Pero no era algo muy previsible hace unos meses.

El plan presentado ha sido desde entonces calificado por los otros líderes europeos como muy interesante y muy ambicioso. Todos lo califican de tremendamente necesario para lanzar un debate serio y profundo sobre el futuro de Europa, aunque varias medidas no gusten en alguna capital. Con este golpe de efecto, Macron ha conseguido que Francia vuelva al centro de la escena política europea y que sus propuestas sean al menos discutidas.

En particular, Macron apostaba en aquel discurso por reactivar el eje franco-alemán. La respuesta de Angela Merkel fue un tanto tibia, metida en pleno proceso de formación de gobierno con los liberales, contrarios a varias propuestas importantes de Macron. Ahora, con la gran coalición encarrilada con los socialistas, encabezados por el muy europeísta Martin Schulz, la sintonía entre Berlín y París parece asegurada.

No se sabe qué resultará de todo lo que proponía Macron en su discurso de La Sorbona. Pero, de momento, hay algo que sí ha conseguido: modificar la agenda política y revalorizar el papel de Francia en la discusión. El impulso francés fue decisivo para conseguir el acuerdo europeo en defensa y ha conseguido que se discuta en serio la posibilidad de un superministro de economía europeo, de un presupuesto europeo para ayudar a los países en crisis, de la convergencia entre los impuestos de sociedades o de crear listas transnacionales en el Parlamento Europeo, tal y como proponía en aquel discurso.

Otras medidas propuestas fueron la creación de una fiscalía europea contra el terrorismo, una fuerza europea de protección civil, una policía europea de fronteras, una tasa sobre las transacciones financieras internacionales para financiar la ayuda al desarrollo en África o la creación de universidades europeas. También habló de hacer posible que al menos la mitad de los jóvenes europeos puedan estudiar un semestre en otro país de la Unión.

Hay cosas discutibles, pero la música suena bien. Habla de una Europa más unida y, sobre todo, de la necesidad de pensar qué Europa queremos. Ya era hora de que en las principales cancillerías se afrontase el debate. Solo por esto, chapeau!