Síguenos en redes sociales:

Puigdemont y su boda secreta

MIRANDO los periódicos de estos días, sin necesidad de estadísticas serias he llegado a la conclusión de que el nombre que más aparece en nuestros medios de comunicación es Carles Puigdemont. El Puigdemont, pese a la dificultad del pronunciamiento, lo deletrean a la perfección hasta los niños de las guarderías. Los chiquillos no saben gran cosa del señor, pero como lo oyen en las reuniones familiares, en el parque y en la TV, han llegado a la conclusión -los niños son así- de que este caballero catalán que vive lejos de Cataluña debe ser importante. Pues verá, importante no es, ya dudo de mis prioridades políticas, pero original, sin duda, sí. No voy a repetirles lo que ya saben de dirigir la Generalitat desde Bélgica, como cualquier Carlos V, que vivía en Gante y su gobierno era tan extenso que nunca se ponía el sol. Pero el posible gobierno de este ilerdense ilustre temporalmente es tan chiquito que llueve y sale el sol el mismo día, graniza y nieva -salvo en las alturas- a la vez. Un despropósito para los aires de gloria de Puigdemont, quien en poco tiempo ha conseguido que gran número de catalanes haya dejado de ser nacionalista. ¡Qué pena, señor!

Esta semana he leído una noticia insólita. Se han puesto de moda las bodas con uno mismo. Y, ya ven, creo que Carles Puigdemont ha sido uno de los primeros en adoptar la novedosa práctica. Creo que, en la intimidad de su yo, ese yo donde no llega más que él mismo, ha decido ser el contrayente de esta original boda, muy zen; ha decidido casarse consigo en una ceremonia muy íntima, porque si lo hace en público y con invitados le costaría caro y usted ya sabe que los catalanes son muy mirados. Esta ceremonia revolucionaria implica darse en privado un: “Te quiero mucho Carles y te querré toda mi vida, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte se separe de mi cuerpo”.

El intenso amor por el yo tiene el peligro de desmandarse y no oír los consejos de amigos y enemigos que pueden avisar de equivocaciones. Pero el esposo de su yo -es decir, su yo- puede alegar que mejor se obstine ante esas amonestaciones públicas o privadas porque su consejero y marido -nuevamente él mismo- le dice encarecidamente que vaya donde el corazón le lleve y el corazón. ¡Qué responsabilidad la del corazón, que es tan inconstante en su latir! Puede equivocarse de senda, pero eso es otra historia para desarrollar en profundidad, porque también puede ocurrir un divorcio y el divorcio del yo ha de ser mucho más complicado que el matrimonio unipersonal. En fin, tiempo al tiempo, porque todo llegara. Joseph Conrad decía: “Creía que era una aventura y en realidad era la vida”.

Amor, cariño y descuido Al margen de personalismos, este fin de semana ha venido mi familia malagueña y nos ha invitado a celebrar el cumpleaños de mi sobrino Pedro a Irun, al Atalaia. Ignacio Muguruza nos recibió como si fuéramos la familia real. Amigos del alma, entre abrazos, besos y recuerdos de Málaga, se pusieron al día en este tiempo de ausencia. Pedro le presentó a sus hijos y a su vez le pregunto a Ignacio cuántos hijos tenía: “Tres, tres niñas preciosas: Amor, Cariño y Descuido”. La vida misma. Divinas. Y entre sonrisas y ocurrencias, Ignacio nos presentó a todos los cocineros, camareras, ayudantes y pinches. Y, como en una procesión laica y totalmente indisciplinada, fuimos entrando en su santasanctórum abriendo armarios, oliendo comida, levantando tapas y explicando a mi hermana Viví -la gran cocinera de los hermanos- alguna clave particular de algún plato muy secreto. En fin, tarta, cánticos y un día de sol especial para mi sobrino Pedro. Ignacio nos agasajó como a zares y, si de mi mano fuera, estarían bajando todas las estrellas del cielo para ponérselas en la puerta de su entrada. El buen cocinero no parece que se ha casado consigo mismo, sino con su mujer, Candela, y, pese a los nombres ficticios que dio a sus hijas, no necesita soliloquios para ser especial.

El temblor de la anémona A las flores, aunque las vemos en preciosos ramos, también les gusta la soledad. Hay casos muy curiosos. Si ponemos en un tiesto un rosal al lado de otro tiesto de peonias, pues nos sorprenderán, las peonías no florecen. Quieren estar en un tiesto solas. No les gusta la cercanía de otras flores. Dado que mi hermano Javi me contó la peculiaridad de las peonías, tengo cuidado a la hora de plantar los bulbos en mi terraza. Pero no les voy a contar las enemistades de las flores, sino un suceso mucho más original.

Esta mañana ha florecido una anémona roja y preciosa que se abría dentro de su corola verde rizada. Estaba erguida y sedosa, pero había crecido en la parte más alejada de la terraza, yo no la veía, como a las camelias que desde que desayuno me enseñan sus pétalos. Unos pétalos que hacen unas flores perfectas que se van abriendo al amanecer y salen felices de sus capullos prietos. Mi anémona roja estaba al lado del limonero. Cuando la he visto, he cogido una tijera para no hacerla daño, ni arrancarla con las manos. La he cortado y, de pronto, la anémona se ha puesto a temblar miedosa, asustada de abandonar el cobijo. La he cogido con ternura, le he hablado como si fuera una niña asustada: “No tengas miedo, voy a ponerte en un sitio de honor, luminoso como la terraza, pero quiero verte desde mi mesa de trabajo lo hermosa que eres”. Seguía temblando en mis manos, como el ser vivo que es. La he colocado en un recipiente de cristal largo y lleno de agua. Y, mientras le seguía hablando y le introducía en el agua, lentamente ha recobrado la serenidad y se ha ido quedando quieta y relajada. Mi querida anémona ha dejado de temblar y ha sido después cuando he empezado a temblar yo.

Me he acordado de Venus que se enamoró locamente de Adonis. Pero Marte, envidioso, lanzó un jabalí contra el joven y murió a la entrada del bosque. Venus, llorando, llegó ante su infeliz amante y lo único que pudo hacer fue convertirlo en anémona, la flor del viento. Los griegos apreciaban mucho esta flor y la plantaban en macetas en recuerdo de Adonis.

He pensado que mi anémona quiso volar con las gaviotas en este día de sol, pero la veo serena, como intentando mirarme, y pronto su tallo cae desmayado, quizás añorando a Venus.

En los ramos de novia se suelen mezclar rosas, anémonas y peonías. He pensado que quizás pueda necesitar uno Carles Puigdemont para su boda solitaria. Está en un país de flores y seguro que tiene muchos invitados vestidos con detalles amarillos. Este señor no debe saber que Molière se murió en el escenario, y para los actores -con lo gran actor que es él- el amarillo es un color gafe. La inocencia guarda a las almas despistadas con amor, cariño y un poco de descuido.