LA cita que sigue es de Juan María Álvarez Emparanza, un hermano de Txillardegi que compartió candidatura al Parlamento Vasco en Coalición Popular con Jaime Mayor Oreja, en enero de 1984. “Porque el nacionalismo -dijo- es más una cuestión de sentimiento que de ideología política, ya que se puede ser nacionalista de izquierda o de derechas, aunque por tradición el nacionalismo se haya ido siempre con la izquierda, pero no es cuestión de ideología”. Se publicó en El Diario Vasco el sábado 20 de octubre de 1990 y me ha parecido oportuno reproducirla ahora que Catalunya está obligando a tantos a reflexionar sobre la materia. A Txillardegi, que para estas cosas tenía un genio muy especial, le había oído bastante antes un comentario sobre los “no-nacionalistas” que me parece todavía válido. Decía José Luis que la extrañeza, cuando no el desprecio, por las reclamaciones nacionales de los que se presentaban como no nacionalistas le recordaba la de quienes, contando con pareja estable, que era entonces aquí casi la única manera de tener el deseo satisfecho, mostraban incomprensión y extrañeza por la obsesión de algunos con el sexo.

El tema se presta a muchas preguntas, pertinentes e impertinentes, a respuestas varias y distintas, como los sentimientos y emociones mismos, que son propios, intransferibles y a veces incluso inexplicables. Parece legítimo preguntarse, por ejemplo, si son iguales todos los nacionalismos, si son todos igualmente peligrosos, si quieren todos lo mismo; preguntarse si es el nacionalismo una ideología o un sentimiento previo, o si puede ser revolucionario o tal vez pueda no serlo; si, como se dice a menudo, es cierto que se cura viajando, o solo se cura con la libertad o la resignación. Parece pertinente preguntarse si hay algún nacionalismo simpático para el otro y si no es verdad que a mayor proximidad causa mayor antipatía; cuestionarse si es bueno el patriotismo y malo el nacionalismo; cuestionarnos por cómo se traduce todo esto en nuestro caso y sus circunstancias. No son pocos, sobre todo entre los progres, los que se manifiestan como no nacionalistas, pero ¿existen de verdad los no nacionalistas, o se trata solo de una actitud provisional? Cuando se dice que un porcentaje determinado de vascos -o catalanes- identifica a Euskadi como su patria y su nación, y otro siente a España como su nación y su patria, ¿hay que entender que los primeros son nacionalistas y los segundos no?

Se me ocurren muchas preguntas más, como si es posible una síntesis, un punto de encuentro, entre nacionalistas de diferente patria y nación; o quién decide cómo debe ser el marco de convivencia y para cuánto tiempo. Y yo, que he hecho bastante vida en el extranjero sin dejar de ser totalmente vasco, me pregunto también si como se dice son vascos cuantos residen en Euskadi o si les asiste el derecho a ser y sentirse extranjeros en tierra vasca, con todos los derechos sociales por supuesto, pero no así los nacionales. Hace unos años, se hablaba más de estas cosas y no sé si es porque ahora interesan menos o porque la correlación de fuerzas e intereses se ha modificado. En encuestas y sondeos, no son pocos los que se sienten cómodos respondiendo que se tienen por nacionalistas moderados, pero tampoco sé si debe interpretarse como que son moderadamente nacionalistas o que no se sienten incómodos con lo que hay. Sospecho yo que se podrá ser moderado e independentista, ser radical y no independentista. Como sugiere la anécdota de Txillardegi, ¿a mayor debilidad se da mayor agresividad nacionalista y a mayor satisfacción, menor agresividad? Creo que fue José Ramón Recalde, un temprano adversario político de Txillardegi en la Donostia de ambos, el que antes y mejor sostuvo lo de que los vascos se autodeterminaron al votar el Estatuto de Gernika, de lo que podría concluirse también que les asistía ese derecho y que tal vez no prescriba, digo yo. Cuando son muchos los que dicen que está en crisis y revisión profunda el Estado-nación, puede ser procedente preguntar si se trata de crisis de legitimidad o de operatividad, o si simplemente es falso. Y, por abundar, ¿es imaginable una libre y aceptada expresión de la identidad nacional en ámbitos territoriales distintos al Estado? La cuestión da para mucho. A Fernando Savater le ha dado para publicar en estos días un panfleto contra el separatismo, que “no contra el nacionalismo”, lo que es una prueba más de que el asunto no está resuelto, empezando porque la propia definición de nacionalismo es objeto de versiones mil.

Miren lo que le decía un nacionalista vasco sin complejos a un nacionalista español desacomplejado. Miren lo que le decía Manuel de Irujo a Salvador de Madariaga en Londres, en plena Segunda Guerra Mundial, reunidos en el Casal Catalá e imaginando una Unión Cultural de los Países de la Europa Occidental para después de los fascismos. “El señor Madariaga nos invita a manifestarnos en franqueza y lealtad. Yo voy a usar de ambas. Los vascos educados en tesis nacional no sentimos el patriotismo español. Nuestra patria no es España, sino la vasca. Nuestra cultura no es la de Castilla, la de España, sino la vasca. Nuestra historia no es la que nos une a Castilla, sino la que nos une y la que nos separa de Castilla. Nuestra voluntad nacional está por encima de todas las incidencias históricas. Aspiramos a la vida nacional de Euzkadi con historia, sin ella o contra ella. El idioma castellano no es el nuestro. Queremos devolver al euzkera el dominio de la tierra que ha perdido y fundar nuestra cultura en el genio de nuestra raza, en el euzkera y en las instituciones históricas vascas (?) Los vascos no solamente no somos una parte del pueblo español y de su historia, sino que podemos situarnos como antípodas espirituales del mismo. Esto parecerá un despropósito dicho a oídos españoles, pero esto es la verdad. Y la verdad está sobre el patriotismo. Sobre todo es nuestra verdad, la que nosotros reputamos fundamentalmente cierta. Podemos estar equivocados, pero no hemos de negar que el patriotismo vasco, amamantado en esta creencia, vive en nosotros, sin que permita ocupar su lugar a otro patriotismo por el que no sentimos emoción”.

Salvador Madariaga le había precedido en el uso de la palabra y se había manifestado demócrata y español. “Creo cada día más en España -había dicho- en la potencia de nuestra espiritualidad y en la necesidad de que todos los españoles actúen dentro de la unidad fundamental patriótica indispensable para la subsistencia de España como país y como pueblo”. Se había dolido por que “España se diluye, desaparece. Y no puedo aceptarlo, porque ante todo y sobre todo soy español”. Apelando a su ancestro vasco, había subrayado que los vascos tenían todas sus simpatías, pero había sostenido que la lengua vasca no tiene solución: “La verdad es que habrá que prescindir definitivamente de la lengua vasca como vehículo de ciencia, dejándola reducida a lo que hoy es, lengua familiar, de la intimidad del hogar”, había dicho. Y “por lo que afecta a la vida política de las regiones o naciones -no encuentro diferencia sustancial en el concepto-, admito el máximo número de facultades, con reserva para la organización central española de la moneda, las aduanas, la fuerza armada y la representación exterior”. En nombre de los catalanes, Carlos Pi Sunyer reconoció hacer suyos los términos de Irujo, “a cuyas citas históricas podrían añadir otras catalanas similares, para basar iguales argumentos” y se mostró conforme con la tesis inicial de Madariaga de “no separatismo que balcanice, ni estatuto otorgado, y sí Federación que una a pueblos libres”.

Hemos conocido recientemente que Salvador de Madariaga es un referente privilegiado de Mario Vargas Llosa para estas cuestiones de nacionalismos y otras teorizaciones españolizantes que cuestionan hasta el papel libertador de Simón Bolívar. Cada quien bebe de las aguas que le resultan más tranquilizadoras, “rassurantes” dicen los franceses, término que siempre me ha parecido que expresa más que sus traducciones al castellano. Cada quien recurre a las fuentes que mejor sacian sus sentimientos. Todos lo hacemos. Por eso y por razones sanitarias, ya que con ocasión del procés debemos de ser muchos los que hemos dejado de tener por fuente algunos medios de comunicación españoles que, para completar nuestra perspectiva, habíamos elegido pensando falsamente que eran capaces de no operar solo como órganos de desinformación y propaganda.