LAS dudas son naturales cuando, en lo que se antoja ya como la salida de la crisis económica que nos azotó hace nueve años, se pierde de vista que los últimos tres han consolidado con claridad un escenario de crecimiento económico en Euskadi. Por supuesto, esto no ha permitido recuperar ni los niveles salariales medios ni la estabilidad y calidad en el empleo de antes de 2008 y ese es un reto fundamental para poder dar continuidad a un crecimiento sano de la economía vasca allí donde encararlo no ponga en cuestión la sostenibilidad de los proyectos que generan riqueza. Tan absurdo sería que la ampliación de márgenes de las empresas no conllevara una mejora de las condiciones económicas de los empleados, consolidando así el ciclo virtuoso de una demanda interna que a su vez sea generadora de nueva actividad y riqueza, como poner en cuestión la supervivencia de centros de producción cuya viabilidad dependa aún hoy del sacrificio compartido de trabajadores y empresarios. La clave de este enfoque es la palabra “compartido”. En este contexto, se insiste en ocasiones en la crítica hacia el modelo industrial vasco tachándolo de obsoleto, de poco innovador y de basarse exclusivamente en una estrategia de competencia en precios, repercutida en los sueldos. La evolución de las cifras y el perfil de las exportaciones vascas parece desmentir muchos de esos extremos. En primer lugar, los sectores de la economía vasca que compiten mejor en el nivel internacional no son precisamente los que pueden ganar márgenes importantes y reducir precios exclusivamente a costa de salarios. La automoción vasca, los bienes de equipo, y, en general, los sectores con mayor valor añadido en sus productos han tirado de las exportaciones vascas este año hasta niveles de récord. Hay una nueva transformación en ciernes que debe permitir a la industria vasca mantenerse como referente internacional en términos de calidad e innovación. La competencia no puede llegar sólo por el precio porque, aún hoy, la mano de obra vasca, especializada y no especializada, sigue constituyendo un coste productivo superior al de muchos competidores del entorno, empezando por la propia España. El binomio innovación y formación debe ser el eje de la evolución de la industria vasca. Y el compromiso del capital vasco con ella es primordial.
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