lA grave situación a la que ha llevado a esta sociedad la corrupción que en cadena asola a la práctica política, y en los últimos tiempos también al deporte, nos hace preguntarnos cada día qué está ocurriendo para que se produzcan estos hechos. Cuando ya parecía que estaban encima de la mesa todos los escándalos posibles, desde los ERE en Andalucía, Pujol, 3% y Palau en Catalunya, a laGürtel, Púnica, incluso en sectores sindicales de la UGT en Asturias o CC.OO., con las tarjetas black, surgía un nuevo escándalo, esta vez en el deporte rey, el fútbol.
La detención por supuesta práctica corrupta del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, y su hijo Gorka da un nuevo giro de tuerca en el estado de descomposición del país. Ya no solo afecta a la política, ahora incluso se sumerge en el deporte, en su sancta sanctorum, en la parte más popular de él. Es como si fuera una continuación de los escándalos de dopaje de tiempos pasados, desde el ciclismo al atletismo pasando por la gimnasia. Y de los sonados casos de fraude a Hacienda de estrellas como Cristiano Ronaldo y Leo Messi. Ahora ya parece que ningún estamento esté libre de pecado.
Que Villar haya estado 28 años en lo más alto del fútbol, que una parte de la investigación trate de establecer pruebas sobre la compra de voluntades para lograrlo, indica que quizás la fórmula que evite situaciones así sería trasladar la exigencia de límites de mandatos no solo en la política sino también en el resto de prácticas de poder.
No existe antídoto eficaz contra la corrupción, pero sí medidas que intenten paliarla, cortafuegos que al menos eviten que este se extienda por todo el bosque. Y el límite de mandatos es una de ellas. Evitar que la gente se perpetúe en el poder al menos garantiza que este no será absoluto.
Como en la política, democratizar todos los ámbitos de la actividad humana puede al menos hacer que la ciudadanía castigue a través de los votos las prácticas mafiosas, incluso las sospechas de que se estén produciendo. Aunque no siempre es eficaz y de ahí el interrogante del título de esta reflexión. Porque quizás el mal que nos domina en todas las esferas sociales tenga su origen en la propia sociedad, o quizás avanzando más, en la naturaleza del ser humano.
Solo así se podría explicar esta especie de plaga bíblica que nos asola. No solo con la corrupción, también con los casos de maltrato a la mujer, de asesinatos, de violencia indiscriminada hasta en un paso de peatones o a la puerta de una discoteca, de agresiones sexistas o xenófobas, de una juventud tantas veces desnortada a la que la droga de nuevo sacude con fuerza, los casos de vandalismo en los lugares de vacaciones, de infracciones de tráfico de consecuencias a menudo terribles por el uso y abuso de alcohol y drogas... Todo nos sirve también de indicador en este sentido.
Por no citar la imagen de falta de educación que ofrece en tantos casos la infancia-juventud actual, que no sabe hablar sin gritar, que insulta y agrede a progenitores, con comportamientos muy alejados de las normas de civismo básicas, consentidos por los padres (y de ahí el problema). La generación del ni-ni, ni trabajo, ni estudios, se va a transformar en la del sí-sí, porque es la única palabra que escuchan. De ahí que la cada vez mayor violencia sobre educadores y sanitarios esté encendiendo todas las luces rojas posibles.
La situación es tal que hasta quien debería ser ejemplo de buen comportamiento, la Iglesia católica, se llena de casos indignos de pederastia. El problema más grave es que no solo sus dirigentes han mirado para otro lado, sino que algunos han amparado claramente a esos curas canallas. Mucho más grave es lo que sucede en el islam con la pandemia de la yihad. Más bien parece que este mundo se nos desmorone, se degrada, se corrompe. No solo en lo ético, también en el medio ambiente, destrozado hasta límites que hacen peligrar nuestra propia existencia. ¿Cómo explicar si no que un país civilizado como Estados Unidos elija a un patán como Donald Trump?
Mención aparte merece la traca política final del miércoles 26 de julio, cuando en un caso inédito en nuestra democracia, el propio presidente del Gobierno declaró como testigo sobre la corrupción en su partido.
Ver esa imagen de Rajoy ante el Tribunal, aunque sea de testigo, resulta demoledora, pero quizás la actitud indignante del Tribunal cortando las preguntas más incisivas de la acusación resulte aún más. La deferencia de ponerle en un estrado al mismo nivel al lado del Tribunal, muy diferente del lugar en el que normalmente se suele situar al resto de los ciudadanos de a pie, frente al tribunal y de espaldas a los testigos, demuestra una vez más que no todos somos iguales ante la ley. El comportamiento irónico, al borde del insulto, y chulesco de un Rajoy sobrado, también lo demuestra.
Deberíamos preguntarnos si toda esta situación va a tener una repercusión social o no. Si realmente la sociedad va a acabar entendiendo la próxima vez que vote que un pueblo que apoya a corruptos no es víctima de esa corrupción, sino cómplice. Que esa sociedad sea capaz de asegurar en esa encuesta del CIS que el segundo problema que le preocupa es la corrupción, tras la lógica del paro, y después se refleje que todavía un 29% apoya a ese PP sentado en el banquillo, indica que o bien tiene un problema serio de ética o se necesita urgentemente un ejército de psicoanalistas.
Las reacciones del resto de partidos del arco parlamentario han sido diversas. Desde la esperanza del nuevo PSOE de Pedro Sánchez que por fin rompe amarras con su pasado reciente, pasando por la sumisión vergonzosa de Ciudadanos, o el despiste de Podemos, que se va quedando sin espacio tal y como refleja esa última encuesta del CIS. A los nacionalistas catalanes, ni estaban ni se les esperaba, como si no fuera con ellos, empeñados como están en el referéndum unilateral, un acto ilegal que tiene visos de no realizarse de manera homologable democráticamente hablando.
Y, sin embargo, la última oferta hecha al PSOE por Jordi Xuclá, ofreciendo el apoyo del PDeCAT a una hipotética moción de censura a Rajoy tras el 1-O, da un giro espectacular a la situación porque, de realizarse esa consulta y salir favorable a la independencia, ya no estarían en el Congreso de España.
Por último, el PNV se debate, cual Hamlet vasco, ante el dilema de si seguir apoyando al partido más corrupto de la historia o entregarse definitivamente a quienes pretenden impulsar el cambio en este país. Más aún viendo cómo está funcionando su pacto con el PSE en Euskadi.
En definitiva, que la imagen fue deplorable, el comportamiento también pero habrá que dudar que todavía la ciudadanía haya entendido ese mensaje.
¿Pesimismo o realismo? ¿Es todo esto fruto de una sociedad degradada, corrupta en sí misma? ¿Esa corrupción que se produce arriba viene de que abajo la gente también hace las obras de su casa sin IVA, o intenta engañar en el cobro de prestaciones? La respuesta, como aseguraba Dylan, está en el viento, pero o cambiamos radicalmente el estado de las cosas o esto pinta francamente mal.
¿Todo está perdido? Quizás aún no, pero para eso es preciso reaccionar todos y todas rápidamente, comenzando por nuestra praxis personal y expulsando del poder a un partido corrupto, si no seguiremos siendo una sociedad en vías de extinción.