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El orden intrínseco de la ciudad

EL imparable crecimiento de la población mundial que habita las urbes del planeta no hace sino intensificar este interés por la ciudad. Desde un punto de vista científico, las ciudades son hoy analizadas como lentes a través de las cuales se pueden observar y estudiar los principales fenómenos socioeconómicos de la globalización, que marca de forma indeleble la evolución de la humanidad en el siglo XXI. Asimismo, las ciudades ya no son entendidas exclusivamente como lugares individuales y discontinuos, sino más bien como nodos en redes y flujos (a menudo internacionales) de capital, materia (bienes y servicios), energía, información y personas.

Con el fin de aumentar su visibilidad global, muchas ciudades han emprendido en las pasadas dos décadas estrategias de revitalización y re-desarrollo que en muchos casos incluyen la construcción de megaproyectos emblemáticos, a menudo icónicos desde un punto de vista arquitectónico, de los que se esperaba que internacionalizaran la ciudad, que la pusieran en el mapa, que atrajeran inversiones globales, visitantes y turistas, y que resolvieran también los problemas perennes del incremento del bienestar y la prosperidad de los urbanitas. Bilbao es un ejemplo ya legendario (y más exitoso que otros) de este enfoque en el desarrollo urbano en tiempos de globalización, como pude documentar en mi libro, publicado en Estados Unidos, Bilbao. Basque pathways to globalization (2007). China, India o los Emiratos Árabes Unidos, por mencionar algunos ejemplos destacados en mi agenda de investigación, replican hoy similares estrategias a una escala gigantesca que no encuentra precedentes en el desarrollo de la humanidad.

Hace meses, el periodista David Barboza publicó un largo artículo -con opiniones al respecto de varios expertos, entre los que me incluía- en The New York Times sobre megaproyectos en China con el título In China, projects to make Great Wall feel small (En China, proyectos que hacen sentir pequeña a la Gran Muralla). El caso chino impresiona por la magnitud de sus obras de ingeniería y arquitectura, pero también por la ausencia de cortapisas a los planes desarrollistas del gobierno, algo que solamente una sociedad regida de modo autoritario puede permitirse. El resultado ha sido una transformación radical de las ciudades chinas en muy poco tiempo, quizá sin que se ponderaran seriamente los riesgos y las consecuencias no deseadas de esos vertiginosos cambios. Me refiero, en particular, al grave problema de la sostenibilidad medioambiental, que amenaza con ralentizar e incluso paralizar la marcha china, supuestamente imparable, hacia el progreso y la modernización.

He aquí dos variables fundamentales, sostenibilidad y competitividad, cuyas interrelaciones apenas han sido estudiadas de una forma integrada y sistemática, y menos aún en el caso, complejo y muy extendido, del desarrollo urbano vía megaproyectos. No sabemos bajo qué condiciones los megaproyectos etiquetados como sostenibles que comienzan a erigirse en ciudades de varios países pueden fomentar el crecimiento y la prosperidad compartida. ¿Se limitarán a simbolizar la visión grandiosa de los líderes políticos y económicos en su intento de construir país y competir en el tablero global? ¿Reportarán beneficios económicos a las ciudades que los acogen y no solamente a los promotores que los construyeron? Aún no lo sabemos, aunque hay evidencia creciente de que los beneficios podrían ser pírricos (como sucede crecientemente con los megaeventos olímpicos).

El escepticismo acerca del desarrollo urbano espectacular y a gran escala, así como los múltiples impactos de la Gran Recesión de 2008, han ocasionado en Occidente un replanteamiento de las estrategias de revitalización urbana. Hay ahora quienes proclaman que hay que seguir el camino hacia la ciudad inteligente. Creo que lo interesante y beneficioso no es que las ciudades se hagan inteligentes y que algunas compañías vendan mejor sus productos. Lo verdaderamente fundamental para los urbanitas es poder asegurarse de que sus líderes (y ellos mismos como creadores y recreadores de los lugares que habitan) trabajan para organizar ecosistemas urbanos sostenibles desde la perspectiva ecológica, medioambiental y socioeconómica. La buena forma y la eficiencia de la ciudad no son suficientes para garantizar una buena vida urbana. La mejora en las magnitudes macroeconómicas tampoco es suficiente si no está enfocada en conseguir mayores cotas de bienestar social. Los vínculos urbanos globales, por sí mismos, presentan tantos riesgos como beneficios.

Jane Jacobs, la célebre urbanista estadounidense, nos recordaba con acierto hace ya casi medio siglo que las ciudades son complejidad organizada que no se puede abordar como un problema convencional de jerarquías y orden visual o mecánico planificado exclusivamente por líderes y expertos (sus diatribas con Robert Moses, el gran modernizador de Nueva York, son legendarias). Jacobs entendía las ciudades como un problema complejo de factores interrelacionados en un todo orgánico y recomendaba a urbanistas y arquitectos que mostraran respeto por el orden intrínseco de la ciudad y descartaran las intervenciones demiúrgicas, espectaculares y traumáticas que solían y suelen poner en práctica.

Hoy, la ciencia de la complejidad aplicada al urbanismo está proponiendo algunos postulados basados en la evidencia científica y el estudio multidisciplinar de las ciudades que evocan el pensamiento de Jacobs. El primero es que las ciudades tienen la capacidad de promover el crecimiento creativo y dinámico y a la vez reducir la destrucción de recursos. Se sabe desde hace tiempo que la ciudad es más eficiente que otros tipos de asentamientos humanos desde el punto de vista energético, de consumo de recursos y de emisión de gases de efecto invernadero. La razón estriba en que las ecologías urbanas se organizan por medio de redes de intercambio organizadas en proximidad espacial cuyas sinergias tienen efectos positivos y múltiples. Dicho de otro modo: las ciudades son clústers humanos complejos, dinámicos y variables que pueden favorecer la eficiencia, la competitividad y la ecología.

Asimismo, sabemos que las redes y flujos de proximidad y los encuentros casuales en ámbitos espaciales definidos fomentan los efectos multiplicadores y explican así el poder de la creatividad en la pujanza económica de las ciudades. No se trata solamente de que la presencia de una clase creativa sirva de motor a la prosperidad urbana, sino principalmente de valorar y fomentar la configuración del carácter ecológico de la ciudad como lugar de intercambio de conocimiento, información, experiencias y afectos. Este ámbito de intercambio necesita de los espacios públicos o semipúblicos, y de ahí la importancia crucial de preservar plazas, aceras, parques, terrazas, cafés y otros lugares de encuentro donde no prima la racionalidad económica. Las conexiones on line pueden suplementar, pero no reemplazar, esta red primaria de intercambio humano cara a cara.

Como cualquier red, las ciudades se benefician geométricamente del número de conexiones existentes. Si la disparidad económica entre los urbanitas condena a ciertos ciudadanos y barrios a la segregación socioespacial, la prosperidad de la ciudad en su conjunto se verá comprometida. Por razones de bienestar social, de prosperidad económica, y cada vez más por razones de supervivencia del planeta y de nuestra especie, es esencial avanzar en el planeamiento de ciudades integradas a escala humana, es decir, respetando la interacción próxima y múltiple de sus barrios y sus habitantes. Este proceso constante de interacción humana -el orden intrínseco de la ciudad- permite a los urbanitas configurar su propia identidad al apropiarse de su entorno y dotarlo de sentido y significado, un factor fundamental que contribuye al bienestar individual y colectivo, e indirectamente también a la prosperidad.