SESENTA millones de desplazados. Un tercio de esa humanidad, veinte millones de personas, son refugiados; y dos millones más, solicitantes de asilio. La población de refugiados, similar a la de Rumanía y Chile, estaría entre los sesenta países más poblados del planeta. De esos veinte millones, cinco, uno de cada cuatro, el 25% de los refugiados, proviene de Siria. Otro 40%, de Afganistán, Irak, Somalia y Sudán. Hasta las frías cifras explican en esa genérica denominación de “guerra” que tantos y tan distintos frentes mantiene abiertos el motivo de la mayor crisis humanitaria de la historia, más que la del mayor conflicto bélico declarado nunca, la Segunda Guerra Mundial. Superado marzo, a siete meses de que expire el plazo de dos años marcado por el Consejo Europeo a los países miembros de la UE para culminar la acogida de 160.000 refugiados, el 3,2% del total, y reubicar a 22.000 más, Europa apenas ha cumplido con una ínfima parte de ese 3,2%: veinte mil. Ni siquiera alcanza a igualar la cifra de los muertos en el Mediterráneo solo en el trayecto de Libia a Italia, en los tres primeros meses del año, 21.903, los últimos 150 hace apenas unos días. No es de extrañar que hace un mes el alto comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Ra’ad al-Hussein, señalara en Ginebra a los gobiernos europeos y les acusara de dar la espalda a quienes sobreviven: “Los europeos han acogido y ayudado s los inmigrantes, pero sus líderes políticos muestran una creciente indiferencia hacia ellos”. Que, dentro de sus posibilidades, el Gobierno vasco presidido por Iñigo Urkullu ofreciera ya cuando estalló la crisis en 2015 acoger a 200 refugiados cuando todo el Estado a día de hoy solo ha admitido a 1.141, que solo el año pasado ubicase a cuarenta, que en diciembre el propio Urkullu calificara de “inadmisible” la actitud de los Estados de la UE, que en enero propusiera en Roma la creación de corredores humanitarios y decidiera la inclusión del problema en el Plan de Convivencia y Derechos Humanos de su ejecutivo y ayer reuniera a los tres niveles institucionales de nuestro país para crear un sistema de refuerzo y abogar por impulsar la vía de los visados humanitarios es, en todo caso, una excepción loable a esa indiferencia que atenta a diario contra la Convención del Estatuto de los Refugiados de 1951.
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