LA primera Transición se puede decir que se inició el Sábado Santo de 1977 con la legalización del PCE. Recordaba también al hilo de esta circunstancia el terrible enero que sufrimos anteriormente, justo hace ahora cuarenta años. Acontecimientos tan bien reflejados por Bardem en su espléndida película.

Tengo muy vivos en mi memoria aquellos dramáticos días. En aquel tiempo militaba en el PCE y en Comisiones Obreras; en la Universidad de Madrid, donde estudiaba, y en el sector de Artes Gráficas, en el que trabajaba. Se iniciaron el domingo 23 de enero de 1977, cuando un grupo de ultraderecha asesina al joven Arturo Ruiz en una manifestación pro amnistía en el cruce de las calles de Silva y Estrella, en la trasera de la Gran Vía (entonces avenida de José Antonio) de Madrid. Me encontraba cerca con los compañeros de la universidad y aún me llegan las sensaciones de indignación, miedo y rabia contenida al ser informados.

Al día siguiente muere la estudiante de Sociología María Luz Nájera por el impacto del bote de humo que recibe en la manifestación en protesta por la muerte de Arturo. Recibe el golpe en la esquina de la Gran Vía con la calle de Libreros, también cerca de donde estábamos. Toda la izquierda antifranquista se conmociona.

Precisamente aquel terrible 24 de enero teníamos previsto reunirnos el PCE de Artes Gráficas en el despacho de los abogados laboralistas de Atocha, lugar que alternábamos con el de Españoleto, pero nos llamaron para suspenderla porque había otra más importante, la del Transporte, que por entonces estaba en huelga. La sustituimos por una minirreunión en mi casa, que también solíamos utilizar puntualmente.

Había negros nubarrones y algo se barruntaba, pero a pesar de la rabia y la indignación se nos recomendó desde la dirección del PCE tranquilidad y tras el debate que tuvimos decidimos acatar esa decisión.

A medianoche sonó el teléfono de mi casa. Un camarada, Eugenio, me informaba de lo de Atocha. Asesinados Enrique, Sauquillo... Seis en total y heridos graves Lola, Alejandro? Pensé que podíamos haber sido nosotros. Luego, una vorágine de reuniones, asambleas, contactos y, sobre, todo un mensaje claro: hay que mantener la calma, no responder a la provocación.

A pesar de la rabia contenida por nuestros camaradas asesinados apretamos los dientes y tragamos el sapo. Éramos comunistas y por tanto teníamos una mayor responsabilidad, más aún en los complejos momentos que nos tocaba vivir.

Después, el impresionante entierro en el que participé activamente en el servicio de orden, con la sensación de estar viviendo momentos históricos. Incluso la anécdota nunca aclarada de aquel helicóptero que la sobrevoló, la leyenda negra se encargó de asegurar que era el propio rey Juan Carlos I quien lo pilotaba. Luego, con el tiempo entendí que aquel llamamiento a la calma de mi partido fue clave para conseguir la democracia y, desde entonces, defiendo esa misma reacción en circunstancias parecidas.

Antes, otro día de enero, fatídica casualidad, el 21, pero años atrás, en 1969, caía asesinado por la policía franquista Enrique Ruano. Conocí a Enrique en la lucha antifascista, era de mi misma quinta, aunque en aquel tiempo yo militaba en el PCE y estudiaba en la Escuela de Telecomunicaciones.

Allí nos enteramos de su muerte, de su asesinato. Recuerdo las conversaciones con José Luis Avinareta, Pepe Carpintero, Manolo Briso, Manolo Gamella... Aunque los dos últimos eran de la FUDE, teníamos una muy buena relación. Nos estremecimos. El franquismo agonizaba, lo sabíamos, pero temíamos sus últimos coletazos, y este fue uno de ellos.

También conocíamos a sus torturadores, a sus asesinos, el comisario Conesa, el temible Yagüe, y un sádico, Billy El Niño o Juan Antonio González Pacheco. No los conocíamos físicamente todavía, pero circulaba por los círculos de lucha antifranquista su crueldad. Posteriormente la conocimos de manera directa.

En aquel tiempo se estaba discutiendo el Estatuto para la Politécnica y la izquierda lideró esa lucha. Después de una reunión clandestina en Caminos, al salir camino del autobús, paró bruscamente un Seat negro a mi lado, supe enseguida lo que suponía aquello, bajaron dos policías de la Brigada Político Social, uno de ellos era Billy El Niño.

Creo que nunca se borrará de mi mente aquella cara. Ahora vuelven a mí los recuerdos de aquellos interminables días en la DGS, en la Dirección General de Seguridad de la Puerta del Sol. Aquel tétrico edificio que aún me da escalofríos cuando paso frente a él por más que ahora sea la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid.

Hoy, al recordar aquello, pienso que también en esa ocasión pude ser yo, cuando Billy actuaba y uno de sus compañeros le decía “ten cuidado que se te va a ir la mano otra vez y lo vas a matar”. Resuenan esas palabras, las recuerdo como si fueran ahora. También su respuesta: “No importa, hacemos como con Ruano, lo tiramos por la ventana y decimos que se quería escapar”.

Pienso en Enrique, en todos los enriques que dejamos por el camino, en aquellos camaradas, los abogados de Atocha. Por eso escribo estas líneas que son, que quieren ser, un homenaje a quienes lucharon codo con codo conmigo y hoy ya no están. Mirar la vista atrás no te convierte en estatua de sal, es una obligación para mantener viva la memoria.

Recordando aquellos eneros observo la presión intolerable que sufre la izquierda en el momento actual y vuelvo a tener aquellas sensaciones experimentadas entonces. Siento que vuelve la presión agresiva del fascismo, ahora con otra cara y otros nombres: el mercado, el capitalismo cada vez más agresivo y cruel, el peligro de los Donald Trump de turno, el control del PP, los poderosos poderes fácticos mediáticos, las leyes represivas incluida la Ley mordaza, la intolerancia, la sensación de peligro solo por pensar diferente, la incomprensión de muchos.

Echo de menos que en aquel tiempo existía una mayor camaradería entre los que luchábamos a diferencia del momento actual, en el que cierta insolidaridad, la ambición, la insensibilidad, el borreguísimo, o la traición dominan una parte de la política. Veo con dolor la izquierda quebrada, sin capacidad de reacción ante las agresiones y a guantazos dentro y fuera de sus respectivos partidos.

Estamos en otro tiempo, pero esta tarde de invierno recuerdo aquellos momentos, aquellos días, aquellos interrogatorios crueles, aquellas gentes, a mis camaradas caídos con sensaciones profundas, muy profundas, y alguna lágrima asomando por mis ojos, sintiendo que al recordarlos recupero mi capacidad para llorar de emoción.

Pero también para luego lavarme la cara con agua muy fría y continuar la lucha, también en su nombre, una lucha revolucionaria, activa, valiente que frene estas nuevas agresiones de un fascismo diferente pero igual de insaciable, cruel. Para luchar por reinventar al PSOE como partido de izquierdas, o buscar con fuerza la unidad de esa izquierda.

Os recuerdo hoy, os recordaré siempre camaradas, compañeros? Vuestro ejemplo es guía, sé que también vosotros no consentiríais sin alzar vuestra voz que la izquierda no gobierne pudiendo hacerlo.

Os recuerdo y a través de esta reflexión intento que os recuerden todas aquellas personas que la lean. Y no perdono a vuestros asesinos.