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Carta a la decadencia

La toma de posesión del presidente de los Estados Unidos marcará una fecha histórica: el campanazo, el aldabonazo de la llegada al poder de un hortera, racista, machista y xenófobo. Putin, ex espía comunista (KGB), besa a los Popes y se abraza a los libros sagrados de la Iglesia ortodoxa. China, por orden del gobierno comunista, promociona el neoliberalismo rabioso económico, pero millones y millones de chinos caminan por las calles con mascarillas, porque si se las quitan mueren más rápido de pura contaminación. En Europa mandan los banqueros, las campanas fascistas resuenan por todos los países; el territorio donde han nacido la dos últimas guerras mundiales con millones de muertos, campos de concentración y campamentos de refugiados, se cierra a aquellos que huyen de sus pueblos, de guerras creadas artificialmente por nosotros, los europeos, y nuestros queridos aliados, negando los principios de su creación como tierra de asilo, libertad de movimiento de personas, capitales e ideas: la Europa de los Pueblos. La Democracia llegó a su siglo de oro con Pericles, porque la basó en la tolerancia y libertad. España se rige por un gobierno de mediocres, corrupto hasta los tuétanos con el apoyo de los que se dicen socialistas. La médula del sistema está comida por la enfermedad. Todo aderezado por la modernidad. Inmediato, rápido, sin parar. Forges lo explicaba en una viñeta de esta manera: “Abuelo ¿qué hacíais vosotros cuando aún no había agilipolladores virtuales? Pensar. ¿Y qué era eso? No me acuerdo.” Arrots-herri, otsoherri. Pueblo extraño, pueblo de lobos.