LA controvertida acción llevada a cabo el pasado 28 de diciembre en Grecia por parte de Mikel Zuluaga y Begoña Huarte, que fueron detenidos cuando transportaban de manera ilegal a ocho refugiados con el objetivo de trasladarlos a Euskadi y que recibieron ayer la solidaridad de amigos y conocidos tras regresar a casa, ha tenido la virtualidad -ese era precisamente su objetivo declarado- de poner encima de la mesa en toda su crudeza la realidad que padecen centenares de miles de migrantes y la pasividad, indolencia, impotencia o directamente rechazo de los estados de la Unión Europea. Según los últimos datos de la Organización Mundial de las Migraciones (OIM), la ruta del Mediterráneo ha sido, por tercer año consecutivo, el trayecto más letal del mundo para inmigrantes y refugiados que buscaban huir de sus países con el fin de evitar la miseria, la muerte o la persecución. Un dudoso honor para la UE, entre cuyos teóricos principios y objetivos fundacionales y vitales está el respeto a los derechos humanos y la protección de las personas, máxime si están en situación de vulnerabilidad. Solo durante 2016, un total de 5.079 personas murieron en su desesperado intento por cruzar el Mediterráneo, objetivo que lograron alcanzar con vida 363.348. Esta cifra es sensiblemente inferior a la del año anterior, sobre todo -según Frontex-, por la entrada en vigor en marzo del acuerdo para los refugiados firmado entre la UE y Turquía, que ha supuesto un control más severo de las fronteras, y también por el cierre de la ruta de los Balcanes y las medidas en el mismo sentido de algunos estados. En síntesis, por la insolidaria e inhumana e incluso xenófoba política de cerrar las puertas a los refugiados, abandonados casi a su suerte o recluidos en campamentos que, en sentido estricto, son más cárceles que centros de acogida. Por ello, la acción de Zuluaga y Huarte, aunque ilegal, ha sido percibida por la población como un valiente toque de atención a los estados europeos y a las instituciones y organizaciones internacionales. Ya el Papa Francisco se llevó de Lesbos el pasado abril a doce refugiados para acogerlos en El Vaticano y clamó contra Europa. Se trata, en definitiva, de que la UE lleve a cabo una política acorde a sus principios y, como señalaron ayer los activistas vascos, nos haga a todos sus ciudadanos, incluidos los refugiados, sentirnos “más humanos”.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
