mÁS de dos meses después de la segunda investidura de Mariano Rajoy, el Gobierno español afronta aún su reto más importante a corto plazo: la aprobación, con el año ya iniciado, de los Presupuestos de 2017. Después de una legislatura de mayoría absoluta, más la prórroga debida al bloqueo político y que dio lugar a las segundas elecciones, el Ejecutivo está dando preocupantes síntomas de desorientación política. Una cosa es buscar consensos -que, además, le son absolutamente necesarios- para sacar adelante las Cuentas y otra, lanzarse a una política de meros gestos para lograr pequeños pactos que le permitan apoyos al proyecto sin mayor contenido. Pareciera, en este sentido, que el Gobierno del PP tuviera el síndrome del mal cazador: disparar a todo lo que se mueve. Así, pretende mantener su acuerdo con Ciudadanos como socio preferente, al tiempo que hace continuos guiños al PSOE con el objetivo de que, al menos, se abstenga en la votación presupuestaria, sin olvidar los llamamientos al PNV -de momento, más brindis al sol que otra cosa- y, ayer mismo, a los nacionalistas catalanes. Fue el nuevo delegado del Gobierno en Catalunya, Enric Millo, el encargado de transmitir tanto a PDECat -la antigua Convergència- como a ERC la necesidad de que se impliquen en la negociación de los Presupuestos del Estado, algo ciertamente insólito dada la actitud obstruccionista, beligerante e inmovilista que mantiene el Ejecutivo del PP hacia la Generalitat y el proceso catalán. Según avanzó Millo, las Cuentas que prepara Rajoy van a reflejar “con hechos” y “con números” la voluntad de diálogo del Gobierno con Catalunya. Sin embargo, la trayectoria del presidente español y de su Ejecutivo no avalan en absoluto esta pretendida nueva actitud. No parece esta, además, una política coherente y responsable ni que vaya a dar los frutos esperados. Rajoy debe aclarar bien cuál es su prioridad, cuáles serán sus políticas reales y cómo va a gestionar los recursos y, en función de ello, iniciar un diálogo leal y sincero con las fuerzas políticas con las que pretende acordar los Presupuestos. Si cree que con simples gestos sin contenido real y con llamamientos que esconden una cierta amenaza de que si no se aprueban las Cuentas puede dar por terminada la legislatura y convocar nuevas elecciones, se equivoca. La “nueva etapa” es otra cosa.
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